10 mar 2011

Libros y milanesas


Por Nacho Fittipaldi
Historia I
A mamá se le quemó el aceite con el que hacía las milanesas en los minutos previos al preciso instante en el que el cartero tocó el timbre de mi casa. Por error (o por destino/encanto) el moto-chorro-que-era-cartero partió raudo hacia la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En lugar de libros viejos donados a la biblioteca nacional se llevó las milanesas que mamá había hecho para la gente del barrio. Ya en Buenos Aires el motoquero llega a la Casa Rosada, no saben que es motochorro, entrega el paquete y alguien desesperado de hambre se come siete milanesas híper-aceitosas con la velocidad en la que un colibrí deshoja un nardo. Desde un despacho alfombrado, alguien, un funcionario, insulta en voz alta por la patada en el hígado de las milanesasnegras. En la oficina de al lado otro alguien piensa <Al fin se ha quebrantado la embestidura de su traje> mientras se pregunta, en voz baja, quién habrá ordenado el aumento en los peajes.

Historia II
A mamá se le quemó el aceite con el que hacía las milanesas en los minutos previos al preciso instante en el que el cartero tocó el timbre de mi casa. Por error (o por destino/encanto) el moto-chorro-que-era-cartero partió raudo hacia la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En lugar de libros viejos donados a la biblioteca nacional se llevó las milanesas que mamá había hecho para la gente del barrio. Ya en Buenos Aires el motoquero llega a la Casa Rosada, entrega el paquete y alguien desesperado de hambre se come siete milanesas híperaceitosas con la velocidad en la que un colibrí deshoja un nardo pero con los modos de un orangután. A la vez, desde una habitación muy humilde en el barrio de Los Polvorines, alguien abre el paquete y desilusionada comprueba que en vez de milanesas le han enviado libros viejos, mira con asombro las manchas de aceite en las hojas del libro y piensa que María Eugenia es una conchuda. Toma con sus dedos la hoja número cuarenta y nueve y se la come sin chistar. Luego corta la hoja número ochenta y ocho y piensa que es una raviolada. Se ha comido todo el libro, ahora se limpia la boca brillosa de negrura con la contratapa. Su hambre no ha cesado pero espera ilusionada el próximo envío.

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