Con el primer mate viene el
impulso de escuchar música. Es domingo gris, de almuerzo colectivo. Busco un
disco, suena, huele a tostada la mañana, Pao cocina una torta porque es día de celebración.
Piero duerme hace diez horas, Sabino mira no sé qué. Nunca se bien qué miran. La
canción dice:
Como
una lluvia hasta la sien,
la tristeza me inunda.
Si el despertar depara aquel
reguero de disculpas.
Si la palabra queda atrás,
si el gesto cae de viejo.
Se rema mal, me lleva el mar.
Y hoy es un poco así, o estos días
de finales de años, de fines de ciclos, son esa succión desquiciada del mar o la
de una turbina de avión, es esa succión que antes de generar una dirección determinada
luego transformada en movimiento genera el frenesí, el temblequeo previo al
despegue. Esa canción no es cualquiera, tampoco el disco. Es una música que me
lleva a la casa de 15 y 65, a Pao y a mi, sin hijos (existió eso) ¿sin proyectos?
No sé. Éramos otros en todo caso. Esa succión me lleva a esos años de felicidad
tan distinta a esta otra felicidad de estos años. Pero entonces por qué lloro. Tal
vez lloro porque la música también genera la misma succión de un Boeing, y
viaja la memoria, uno se ve tan distinto al que fue que se pregunta si uno se
reconoce en este o en aquel. Hoy que es el almuerzo de fin de año porque Piero
terminó la primaria lloro porque sin darme cuenta se me pasaron quince años de
mi vida. Voló. Volamos. La canción me tira todo eso por la cabeza sin que hayan
transcurrido ni dos horas de haberme despertado. Lloro porque no sé si estoy a
la altura de darle a este pibe lo que él necesita de mí. Lloro porque lo amo y
no sé cómo demostrarlo, o si pero antes de eso me salen una serie de
penalidades destinadas a señalarle el deber ser. Lloro porque nadie nos enseñó
esto. A amar y ser amado. Y hoy que la música y el viento gris y frio de Villa
Elisa me dicen que somos cuatro, que somos una familia, en el sentido más
gordito de la palabra, que es día de celebraciones y de introspección me veo a
mi mismo como un pibe, no muy distinto ni muy lejano de aquél que se enamoró de una mujer hermosa, de la madre de sus hijos y que somos para siempre. Identificar
eso en la succión, transformarlo en movimiento, dejarse estar en el flujo de
las presiones que hacen que ese fenómeno llamado aviación, ocurra.