23 may 2024

Burbujas que se van


 


“Debemos encontrar un modo de vida y un trabajo que no tenga las consecuencias de ir acabando con todos nosotros” Mark Rothko

 

El mate está ahí, vibrante, verde y brillante, verde y con espuma. Estoy solo, leo en silencio un libro que ya dejé más de diez veces. Vuelvo a él como a la democracia, como una opción innegable pero repleta de baches. Suena el celular, interrumpe el momento que sé breve. Me aborta la quietud de la lectura, es ese momento, ese chasquido robado al caos general. Leer, esa abstracción que devuelve lo perdido. Número desconocido. 11-5671-0000. Número desconocido. Atiendo sin ganas esperando la voz de una computadora. Error.

-        ¿Hola Ignacio?

Cuando dicen así, Ignacio, ya sé que me van a vender algo. Cuando dicen, Ignacio, y no, Nacho, sé que me van a vender algo. Por las dudas respondo que sí. Pregunto quién habla.

-         Hola señor Ignacio - ¿señor Ignacio? Pienso, pésimo comienzo- soy Valeria Pereyra de American Express quería ofrecerle…

Miro el techo y cavilo acerca de qué lejos estoy de aceptar la oferta que aún no fue lanzada. Separo el celular, oigo una voz que suelta una palabra tras de otra eficazmente estudiadas y analizadas, la voz lanza números, porcentajes, promesas, un futuro mejor. No tengo ganas de hablar con Valeria. Me tomo el mate. Observo el libro y pienso que allí también hay un cumulo de palabras eficazmente seleccionadas para generar tal o cual cosa. Valeria interrumpe su alocución porque no es boba. Entonces doy inicio a mi pequeño castigo. Tomo el aparato como quien toma una nueve milímetros y comienzo a marcar números como si yo fuera el que está llamando a alguien, pero sin cortar la comunicación con Valeria. Marco sin ningún tipo de lógica ni secuencia racional. El celular hace sonidos al principio claros y certeros, pero luego, al sobrevenir mi locura, y la superposición de números marcados también los sonidos logran un rubor esquizoide. Asumo que Valeria cortara la comunicación y que continuara con los cientos de llamados que alguien le programó para esta mañana de sol y así yo podré volver a la lectura. Pero Valeria, tal vez estudiante de alguna carrera de la rama del arte, hace algo fuera de libreto. No corta. Pero no solo no corta, sino que además hace y dice algo ingenioso.

-         ¿Ignacio?

-       

-         ¿Ignacio? – no respondo, aguardo que ella decida cortar.

-        

-         ¿Ignacio? Sé que está ahí.

-         

-         ¿Ignacio? ¿Ignacio por qué hace esto?

-         

Valeria es joven, lo sé por su voz, pero fundamentalmente lo sé por el dispositivo que ha pergeñado para arruinarme la mañana. Ella como yo ha vivido insufrible cantidad de veces este juego pasmoso de ofertar telefónicamente. La llamada telefónica de una multinacional ofreciendo un servicio por el que, finalizada la bonificación, pagaras con creces.  

-        ¿Ignacio? Sé que está ahí escuchándome

Valeria asume una voz ya temeraria y la incomodidad crece en mí. Por un segundo pienso que Valeria me está viendo. Insólitamente me está viendo. Mira la cámara de la computadora. ¿Estás ahí? Entonces me reincorporo, me acomodo la camisa para dar una mejor impresión, lo hago sin dejar de marcar 8,7,5, 3, 9, 7,3, pi pi pi piiiiiiiii, pi pi piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

-    Ignacio estoy trabajando... Alcanza con que me diga que no quiere el servicio y la comunicación se termina. ¿Ignacio?

-         

Valeria tiene dignidad.

Mi castigo para con ella, o lo que ella encarna, es el silencio, no el insulto. No está preparada para el silencio, sí para el insulto directo. La pérdida de tiempo invertida, ese látigo con los que los calls center nos fustigan a diario. Valeria no merece ese trato ni ese final. Mientras ella afirma “sé que está ahí” ¿qué habrá pensado? Qué representación se habrá hecho de mí, de Ignacio, sobre mi condición de trabajador que puede acceder a una American Express. Retorcido en el sillón de la oficina, no sin una cuota importante de vergüenza, evalúo qué hacer. Valeria es, finalmente, una empleada igual que yo, y el hecho de que yo tome mate con una yerba cara no nos distancia en nada más que en eso. Valeria toma Playadito, en los próximos años desarrollará una gastritis. ¿Le comento eso?  

-         Valeria no tomes más Playadito, es una mierda. Te va agarrar gastritis.

Pero no digo nada. Callo.

La yerba de la cooperativa es un rasgo de distinción social, la espuma del mate me hace sentir distinto y, en algún punto, un buen mate es algo gratificante como pocas cosas. Con el último “Ignacio, estoy trabajando” se rompen todas todas las burbujas, incluidas las del mate.