Por Nacho Fittipaldi
El prejuicio es
un lastre. Con algo de prejuicio entro a la página web de la FIFA, busco el
precio de las entradas para el Mundial Sub-20 que se desarrolla en Argentina.
Ingreso descreído de poder comprar esos tickets teniendo en cuenta que lo hago más
por Piero y por Sabino que por mí. ¿En qué otro momento de sus vidas podrán
asistir a un mundial? El aluvión futbolístico del que forman parte luego de la
victoria en Qatar, me lleva a concretar esta buena idea.
Navego en la página
buscando los partidos que se disputan en el Estadio Único de La Plata. Ahí veo
las distintas sedes y más tarde caeré en la cuenta de que el Estadio Malvinas
Argentinas aparece como Estadio Ciudad de Mendoza. En esta fase de grupos los
partidos son más bien poco interesantes, por lo general una potencia futbolística
contra un equipo muy inferior. Pero de pronto, oh sorpresa, leo Uruguay vs
Inglaterra, 25/05/2023 Estadio La Plata. O sea que la FIFA también omite el
nombre verdadero del estadio que es Estadio Único Diego Armando Maradona. Doble
clic. Ingreso. Busco entradas, plateas agotadas, poca disponibilidad de
populares. Al ver el precio de las entradas pienso que debe haber un error.
Acerco la mirada con desconfianza, no sin algo de sospecha acerca del estado de
mi visión. No tengo ningún problema de vista, pero ese precio que veo no puede
ser real. La entrada vale (casi) lo mismo que un kilo de pan. Instintivamente me
nace una cosa medio altruista con la FIFA que es la de avisar que los precios
están mal. Luego me nace algo más sensato y cargo la cantidad de cuatro
entradas a la orden de compra. Doble clic: su compra ha sido efectuada con
éxito. Bien yo.
Llego a casa y medio como quien no quiere la cosa aviso que tenemos planes para el jueves a la tarde. No digo cuales porque con estos pibes hay que manejar la cuestión de la ansiedad. Pueden ponerse muy densos. Llega la noche y sin que tuviera ninguna información al respecto Piero dice, ¿“En serio que no vamos a ir a ver ningún partido de la selección?” Respondo que no porque Argentina juega en otra sede y que para octavos de final, semis y final ya está todo agotado. Luego y aunque me propuse no decir nada les cuento que compré entradas para ver a Uruguay vs Inglaterra. Alegría besos, abrazos. Bien yo. Son esos breves segundos en los que subo al podio del mejor papá del mundo y desde donde me bajarán a una velocidad inaudita y con igual intensidad que durante el ascenso.
Llega el día.
Amanece nublado. El día anterior llovió copiosamente en la ciudad. Durante la
mañana y para mis adentro le imploro y rezo a ese Dios en el que no creo pero
al que me entrego cuando lo necesito. Que por favor no llueva, eso pido. No
llueve. Ese día se almuerza rápido y liviano. A las 14 horas estamos saliendo
para el estadio. Ni bien asomo el auto
a la calle una fina garúa moja el vidrio del parabrisas. Llovizna. El viaje a
La Plata presenta sus dificultades. Sabino está enojado y Piero está feliz,
cómodamente feliz lo cual lo ubica en el vértice exacto y complejo de la
infelicidad. Siempre a punto de caer. Siempre dispuesto a llevarme con él.
Cruzo circunvalación por calle 13, subo por 33 hasta 18, veo que hay una
cantidad de vehículos estacionados ya a diez cuadras de la cancha. Esto está
lleno. Estaciono. Lo que era una llovizna ahora es lluvia. Bajamos con las
camperas, yo con mi paraguas y Pao con el suyo. Caminamos hasta 19 y al llegar
a 32 veo una cola de gente que me alerta. Callo para no alimentar el escepticismo
Fittipaldi que habita en Piero, y que viene de mi Padre. Hay mucha gente a 500
metros de uno de los principales accesos. Alerta. Pregunto a un agente de
tránsito municipal (último eslabón de la especie humana) a qué se debe esa
fila. Supongo que hay gente sin entradas y/o que están vendiendo algún remante
y que la fila se explica por algún imponderable de último momento que la FIFA
no logró resolver en su matriz de contingencias. Son las 14.45 horas y faltan
quince minutos para el inicio del partido. Con una suficiencia digna de Roger
Federer el gordo responde:
- -Es la cola para ingresar, pa.
- -Ok. Tengo entradas para la popular sur.
¿Ese ingreso por dónde se hace?
- - No –dice el gordo- es un único ingreso
para todo el público. Platea, popular, todo junto. Una sola fila. La cola llega
hasta 25 pero va rápido.
Hasta ese
momento no había registrado que la cola no solo llegaba hasta calle 25, es
decir de 19 hasta 25 eran 600 metros de cola, una nutrida cola con varias
familias por metro cuadrado, sino que además la cola partía desde calle 25,
llegaba hasta 19 y ahí hacia una U, conformando esa irritable costumbre tan argentina
como el dulce de leche: la famosa doble fila. O sea que había 1200 metros de
fila, una fila que por cierto avanzaba a paso de tortuga. La lluvia no para de
aumentar su intensidad. Guardo silencio tratando de no decir lo que pienso.
Instintivamente pienso en Chiqui Tapia, no sé por qué. Pienso en él y en la Policía
Bonaerense, alguien en algún momento pensó que lo mejor era hacer entrar a las
28.000 que pagaron su entrada por un solo ingreso, habiendo al menos otros diez
disponibles. Yo pienso que fue Chiqui Tapia o el Jefe de la Policía, pero no
salió de ahí, no se puede ser tan hijo de re mil putas.
Ya bajo una
lluvia muy intensa y habiendo avanzado 100 metros Piero inicia lo que será un
boicot persistente y fundamentado contra la salida familiar. “Volvamos a casa”
“vamos a entrar cuando el partido termine” “esto es una mierda” “por qué no
vinimos antes” “al pedo pagamos $20.000” En su cabeza él cree que las entradas
salieron eso. Nunca pagamos ese monto. Pero la última de sus afirmaciones lo
demuestra como el argentino que es: colémonos. Luego de eso empieza con que
ponga el partido en el celular. Con que le vaya diciendo el minuto a minuto del
partido. Que cuando entremos va haber terminado el partido. Algo es cierto, ya
pasaron 15 minutos y aún no hemos pegado a la vuelta de la dobla fila. Mi
estado Zen dura hasta allí, le respondo de manera violenta y concisa algo que
no voy a reproducir acá. No me enorgullece.
Como si fuera poco el individuo que esta adelante nuestro en la fila, un
gordo (otro) inicia un boicot persistente y fundamentado (otro) acerca de por
qué deben regresar a su casa y abortar el plan familiar, el suyo. Ellos, como
el 95% de los que están en la cola, se vinieron sin campera de lluvia, algunos
sin campera y sin paraguas. La mansedumbre de la gente es para el Nobel de la
Paz. Mágicamente la fila inicia un ritmo de avance esperanzador, son las 15.20
horas y la lluvia no amaina. Inglaterra ya gana 1-0. Desde donde estamos se escucha
el bullicio de la gente que está adentro del estadio. Las injusticias del juez
son repudiadas por el pueblo Charrúa. Veo el control policial, saco el celular
para mostrar las entradas, nadie me las pide, “el paraguas no entra” dice el
cana, miro al costado y veo que Pao realiza su descargo ante la mujer policía
que la cachea, “el paraguas no entra -repite el cana- descartalo” dice. Ni bien
paso esa barrera tiro el paraguas en una montaña de otros paraguas, mi
paraguas, el único, ese enorme, azul a cuadros, el que lo vio alguna vez sabe
de cual hablo, ese paraguas, un señor paraguas, muere ahí entre tantos otros
chinos paraguas. Incomprable paraguas a números de hoy. De esas cosas que
pudimos comprar en algún momento y que hoy solo son un buen recuerdo de lo que
pudimos ser. La década ganada.
Corro, Piero
corre detrás mío, grito de emoción, el estadio nos espera, Sabi corre, Pao
corre, llueve, llueve mucho. El estadio aún está lejos y allá en lo alto. Subimos
la pendiente. Al estadio se entra por arriba así que en cuanto estamos cerca se
ve el césped, el verde césped, más verde y brillante por la lluvia que cae.
Piero y Sabi están enloquecidos, nunca antes estuvieron en un estadio de
fútbol. La gente sigue entrando, habilitan la otro popular que no estaba
habilitada, corremos por el anillo de arriba de las tribunas, allá abajo como
en una fosa el campo de juego, van 40 minutos del primer tiempo, Piero tenía
razón. Me abruman los recuerdos, mis años de cancha, mi pasión abandonada
tempranamente por la violencia epocal que no ha cesado, repito para mis adentros
como en los últimos veinticinco años de mi vida, por qué no voy a ir a la
cancha a ver futbol local, por qué no debo volver, por qué no hay que ir a un
estadio de fútbol en Argentina. Me doy cuenta que todo eso, esa verdad
contundente y antipática, tambalea. Se desarticula ante el espectáculo del
deporte, todo lo demás es una mierda, pero el fútbol me puede, mis hijos me
pueden, verlos felices a instancias mías me realiza. Estoy rendido ante ello y
desorientado ante la evidencia de lo mucho que dependen de mí, ciertas cosas.