Por Nacho Fittipaldi
La cámara toma a Messi, o, mejor dicho, su nuca. De
fondo y medio borroso se ve a Montiel listo para patear el penal. Ese instante
es el segundo previo a la sutura. Es un trampolín definitivo. Montiel corre,
golpea la pelota, Lloris no aparece en la toma y eso dice mucho, el estadio
explota. Messi cae de rodillas, el resto de los jugadores corren hacia el arco.
Es el último segundo en el que Messi queda, curiosamente, en soledad. Paredes sale hacia el arco pero al ver que Messi cae al piso en soledad, regresa y lo abraza, se abrazan de rodillas en el centro del campo de juego. Es
el corazón de esta historia. Paredes dice “Síííí, somos campeones del mundo, síííí.
Rey, somos campeones, síííí” Messi no dice nada, como casi siempre. Llegan otros, todos abrazan a
Leo como cobijándolo. En este mundial, y en la última Copa
América, aprendimos que a Messi había que protegerlo afectiva y
futbolísticamente. Llega el Kun desde la tribuna y abraza a ese manojo de jugadores hechos un abrojo. Dice algo no muy literario, “¡Vamos la concha de la lora, vamos la
concha de la lora!” Es lo único que le sale del corazón, ese que lo obligó a
parar. Él representa a todos los grandísimos jugadores que previamente
vistieron la celeste y blanca y no pudieron (no es que no quisieron) salir campeón. En la sonrisa blanca
y picara del Kun, están todos.
Gracias a usted…
En estos días pensaba ¿Qué tiene de raro esta selección? ¿Por qué se generó ese magnetismo que a casi nadie dejó indiferente? ¿Por qué la gente salió a las calles a festejar desde el triunfo con México? No es normal siendo que como sociedad nos criamos al calor de una inconveniente afirmación hecha doctrina: el subcampeón es el primero de los últimos. Entonces pensé que en principio está dando vueltas, desde hace mucho, una sensación de redención histórica para con Messi, ese tipo que con cara de bobo y con un carácter no siempre enérgico logró unanimidad respecto de su inmensidad como futbolista y su calidad como persona. De Roger Federer a Ronaldo y de Ben Stiller a Putin todos deseaban que Messi levante la copa. Decía que en ese camino hay un sentido de justicia que tampoco es muy habitual en la Argentina. El deseo de querer y necesitar que al otro le vaya bien para que pueda dormir en paz, y eso como un elemento primordial de justicia. Es contundente la imagen del él buscando el palco de su familia luego del penal de Montiel, achina los ojos buscando a Antonela, Leo levanta los brazos los cruza por delante una y otra vez y dice “Ya está, ya está, ya está” por la profundidad del mensaje enviado eso debería suceder en la habitación de un hotel, en privado, él y ella a solas. Pero ocurre ante 89.300 espectadores y más de mil millones de televidentes. La misma sociedad que lo crucificó ahora necesitaba verlo redimido. Y vaya si se redimió. Ya está.
Gracias señora…
Pensé esto, la manera en que lo hizo, él y los otros
futbolistas, tampoco es habitual. Lo hicieron de un modo singular, en contra de
la misma doctrina que dice que el cómo no importa. Esta selección demostró que
sí importa el cómo porque básicamente lo hicieron de una manera estéticamente
sublime y con un carácter arrollador. El cómo de este grupo implica la humildad
de un técnico totalmente fuera de libreto, siempre de jogging como un profe de
educación física y no presumiendo de modelo europeo; con una capacidad
analítica para leer los partidos que nos obligó a rendirnos a sus pies al
visualizar en el campo de juego lo que había pergeñado en la pizarra; y por
sobre todo sin esa pretensión de otros técnicos que al hablar creen que
evangelizan. Corto, parco, serio, pero al final también emocional jugando con
sus niños, abrazados a ellos, llorando. El cómo implica la calidad del juego,
ese asociativismo habla de un sentido colectivo que va desde ese toqueteo enfermizo
para los rivales, hasta la manera en la que se divierten, a veces hasta de una
manera infantil; pero también una entrega total en la recuperación de la pelota,
los relevos y las marcas sin esa agresividad que tanto pregona Ruggeri. Esa
idea de que al rival hay que romperlo también quedó en off side. Esta selección
no hizo una sola falta que ameritara roja directa; pegó poco y solo devolvió
lo que recibió como ocurrió con Países Bajos.
Gracias señora…
Messi absorbió todo eso, se hizo patrón cada vez que hizo
falta, en ese sentido también cerró la discusión de los que le pedían carácter.
Mostró su talento a una edad en la que el común de los mortales comienzan la
curva descendente. La energía y el talento de los nuevos cracs argentinos hizo
que, en esos momentos en los que Messi parece desaparecer, el nivel de juego fuera superlativo, algo pocas veces visto. Rompe los ojos verlos jugar así muchachos.
Salú y gracias. Gracias por resignificar el mes de diciembre, ese mes que tan
mal nos sabe a los argentinos cada vez que llega desde aquel fatídico 2001.
Gracias por lo que hicieron, esta brutalidad, el zamarreo global que queda desde ese segundo en el que Messi
cae de rodillas y al mismo tiempo se eleva para siempre como un deportista
descomunal y superlativo.
Una sola duda me queda y es sobre Celia, la mamá de
Messi. Celia, en el año 1987 usted dio a luz. Explíquenos señora si sabe, si es que
puede, si sabe cómo, qué fue lo que usted, útero providencial de la Argentina, díganos qué es lo que usted parió ese bendito 24 de junio de 1987 porque
verdaderamente no se entiende la naturaleza del fenómeno.
Y desde ya, muchas gracias a usted por los servicios prestados, y al coso ese, por
tamaña faena.