Por Nacho Fittipaldi
Panzottis de calabaza, vino tinto, un sol entrando suave por
las aberturas. Domingo. Por el bluetooth suena “De mi madre” zamba del Chango
Rodríguez, una zamba triste, tan triste como hermosa. El laurel perfuma la
casa. El ajo se cuela por debajo de la puerta y gana la calle. Una zamba que a
Pao la hace llorar, sea cuando sea que la oiga. Recurrentemente. El viernes la oímos
en vivo cantada por Lisandro Aristimuño y Raly Barrionuevo que, para mí, es el
mejor intérprete actual de zambas.
Almuerzo de domingo. La salsa se hizo a su tiempo. “Escuchen,
escuchen -le digo a Piero y Sabino- con esta canción mamá llora” Piero ríe, ya
sabe que cuando su papá plantea este tipo de cosas es para reírse juntos de su
mamá. Sabino todavía está de su lado. Pao sabe que esto será una costumbre que
de acá en adelante no tendrá fin. Iremos tan bien por la voluntad de Sabi. Pregunto,
“¿El viernes lloraste?”, Pao responde, “Obvio, se me clavó un lagrimón” con el
dedo hace el gesto que baja desde el ojo hasta la mejilla.
“Volveré, volveré donde
está mi madre, esperándome. De nuevo en sus brazos volveré a ser
niño,
vivir como sólo se vive una vez. De nuevo en sus brazos volveré a ser niño, vivir como sólo se vive una vez”
vivir como sólo se vive una vez. De nuevo en sus brazos volveré a ser niño, vivir como sólo se vive una vez”
Yo me río, no porque no haya canciones que me emocionen, las
hay y muchas, sino mas bien porque esta zamba es infalible, y es una zamba que oímos
a menudo. Tal vez una vez por semana. “¿Pensas en tu mamá?” Pregunto. “Noooo”
dice Pao mientras la canción suena y el primer lagrimón cae. “Ahí está” -digo
yo- miren, mamá está llorando” Piero ríe mientras come banana, Sabino parado en
la silla, detrás de Pao, chupa el rallador que tiene restos de parmesano, ausente
de la escena que se ha montado,
aprovecha para comer queso rallado. “Pienso en Piero –dice- lo veo volviendo”
Yo no puedo parar de reírme. Agrego, “Ojala que yo me muera primero”. Ahora Pao
se ríe también pero no deja de llorar. Sabino chupa el rallador. Piero agrega “Sí,
más vale” Pao dice “Noooo, por qué”. “Porque sino esto va a ser caótico. La
ropa tuya se las doy a ellos y que ellos decían qué hacer” agrego como para mostrar decisión. Pao ríe y llora,
canta, llora, ríe, la zamba sigue, “esta parte me mata -dice ella- escuchen,
escuchen”
“Azahar de blancos
jazmines que aroman el patio del viejo jardín, un
beso de luna me espera en los valles, mi rancho, mi madre, todo mi
sentir. Un beso de luna me espera en los valles, mi
rancho, mi madre, todo mi sentir. Volveré, volveré por
ese camino que ayer me alejó, al rumbo del ave que vuelve a su
nido, buscando un alivio para su dolor. Al rumbo del
ave que vuelve a su nido, buscando un alivio para su dolor”
Los nenes no escuchan. “¡Respeten che! –digo yo buscando la
autoridad que pierdo a cada rato- ¡mamá está llorando!” y agrego, “lo mejor es
que nos muramos todos juntos en un accidente”, “Sííííí –dice Piero- todos
juntos” Sabino ni bola. “Noooooo –dice Pao-, no seas hijo de puta” La zamba se
va. El almuerzo culmina entre sollozos y risa. Con la esperanza inmensa de que
estos pibes puedan, en algún momento de la vida, rescatar la poesía descomunal de
zambas como esta, la existencialidad que recrea el folclore argentino y la
visceralidad necesaria del humor negro de sus padres. Un poco como síntoma; un
poco como salvación; y otro tanto como forma de vida…