11 dic 2018

El río y yo


Por Nacho Fittipaldi

Domingo 9 de diciembre, 10:30 Hs. Somos 256 nadadores pero estoy realmente solo. No hay nadie del club, nadie de los que suelen hacer estas carreras conmigo, y yo con ellos. Hoy la palabra “juntos” no existe. Ni adelante, ni atrás, ni junto a mí, ni nadie esperándome en la llegada. Hoy estoy verdaderamente solo. Me pregunto si hacer estoy, y así, tiene sentido. Sé la respuesta. Pero la respuesta aparece solo al terminar la carrera y no durante. El durante es solo un desafío más. Preguntas y exigencias. Concentración y técnica. Soledad por todos lados. El agua y yo. Lo concreto y lo existencial.
El catamarán sube río arriba, remonta 7 km contra corriente, el agua fría, el sol picante, el río está calmo pero aun así baja con fuerza. Un cuerpo a la deriva es allí hombre muerto. El río da y quita. La advertencia de la organización es clara, “Pasen lejos de las boyas porque el río corre hacia ahí. ¡Cuidado, no queremos lastimados!” Al pasar junto a una de ellas se ve un tronco atorado, debe medir cuatro metros de largo y medio metro de diámetro, pegar contra eso debe ser tan duro como darse contra la boya.
Este tramo del Paraná de las Palmas es bastante angosto, muchísimo más angosto que el tramo que cruza la interisleña cuando voy a la casita del Delta, ahí donde el Río Sarmiento, o el Capitán, escupen su baba ocre a ese manto de barro que es el Paraná. Y muchísimo más angosto que el Paraná de la Ciudad de Paraná. Después de todo este río es varios ríos y sus vericuetos son incontables. Su fisonomía también.
La charla técnica es en el club, acá mismo llegaremos después de terminar el recorrido. La arena es amarilla y gruesa, las hortensias pululan por todos lados y sus tamaños son tan desmesurados que parecen una especie distinta a esas flacuchas, raquíticas y alienadas que hay en mi casa. Mientras el de la organización da las indicaciones pertinentes intento elongar, calentar un poco los hombros, estirar las piernas, hidratarme, ponerme protector solar. Hacer esto solo es tarea difícil dado que hay ciertos puntos a los que no llego, el centro de la espalda por ejemplo. Durante los 52 minutos de carrera más la media hora de viaje en catamarán el sol se ubicará en esos sitios donde no hay protección. El sol también me hace saber que siempre es mejor ir con alguien. Desde el club hay que caminar unos 300 metros hasta el muelle de la ciudad de Escobar, allí la embarcación espera. Subimos al ferry, las familias saludan, los amigos que no nadan gritan palabras de aliento, los nadadores celebran la partida del recorrido que es una belleza en sí misma, un motivo más de alegría y contemplación, un motivo más para sentirse un bicho raro y no tener con quién compartir esto. Sin nadie a quien decirle alguna boludez, esas que suelo arrojar de a decenas por minuto y que me ayudan a no pensar en la carrera y distraer la cabeza, disminuir la ansiedad. Sin querer y por amontonamiento quedo al lado de Omar Pineda, un capo de las aguas abiertas. Cruzó el Estrecho de Gibraltar, el Lago Ness, diez veces el lago Nahuel Huapi,  y otras hazañas por el estilo. Estas cosas reconfortan. Habla pausado, calmo, da consejos, dice que hoy el agua está igual de fría acá que en Mar del Plata porque en esta época es así, en toda la provincia de Bs.As las aguas andan en esa temperatura, lo sabe porque es miembro de la asociación de Natación de Aguas Frías, y hacen mediciones periódicas para construir tablas. Sostiene que no hay que nadar mal porque sencillamente se disfruta menos. Dos señoras mayores preguntan cosas algo elementales que él responde como si la pregunta la hiciera Dolina, pero ellos tres, Omar y las dos señoras son mi único y último contacto antes de entrar al agua. Faltan los amigos, las palabras, ese estar juntos antes de separarse para después re encontrarnos en la post competencia. La charla mientras nos hidratamos, las anécdotas, las risas, las sensaciones individuales, los abrazos y las felicitaciones. Estar acompañado. Eso falta.

Ya estoy en el agua y esta carrera tiene una particularidad que es a su vez la mayor dificultad. La salida consiste en cruzar el río a lo ancho para después sí, poder nadar río abajo tomando la correntosa oportunidad que el río da. Una vez ahí hago lo que vine a hacer, buscar un ritmo de nado que pueda mantener en los 21 km de la ciudad de Paraná, el 23 de febrero próximo. Entonces me concentro en llevar las brazadas bien, bien adelante, patear prolijo, sacar la mano bien atrás, sentir la fricción del agua traccionada por mis manos, nado solo aunque durante toda la carrera habrá alguien a mi derecha, a mi izquierda y adelante, también atrás mío pero no los veo. El agua está fría y eso neutraliza el impulso del sol que pega en mi torso. La costa se ve cerca pero está mas lejos de lo que parece, la primera referencia a buscar es un buque metanero, es decir, transporta gas metano, su tamaño es descomunal. Una vez que llego a él tardo varios minutos en recorrerlo de punta a punta dado que mide entre 400 y 500 metros de largo. Es una mole naranja que si solo se moviera un centímetro generaría una succión indeseable para mí. El buque marca los 3 km de carrera, miro el cronómetro y el tiempo que llevo es muy bueno. Me concentro en mantener el ritmo que traigo, apurar a penas un poco pero sostener mi objetivo de carrera: Nadar largo y buscar un ritmo continuo de nado. No sucumbir a la tentación de meterle con todo e irme para adelante a buscar puestos. Sigo. Sigo. Sigo. A medida que pasan los kilómetros me siento cada vez mejor, el ritmo de nado que traigo es cómodo, agarrado y apenas exigido. A medida que pasan los kilómetros la cantidad de nadadores que van quedando atrás mío aumenta, eso me entusiasma, me potencia mentalmente y en la concreción de mi objetivo. El segundo punto de referencia aparece, es la toma de agua. Es una masa de concreto de unos siete metros de altura por otros tantos de ancho, con dos boyas que a unos 40 metros de la toma propiamente dicha, indican la precaución y la distancia a la cual uno está a salvo. Pero hay que pasar lejos de las boyas porque también el río tira hacia ellas porque también ahí hay succión. De acá a la llegada hay 1500 metros.

 El tercer punto de referencia son dos barcos amarrados y pegados uno al otro, la llegada está unos 100 metros antes y escondida bajo la vegetación del río, allí hay que girar en diagonal hacia la derecha y encarar la meta. Acá aumento un poco la frecuencia de nado, siento una hermosa sensación en todo el cuerpo, siento la velocidad del río que me tira y siento que puedo aprovecharla, el río me habla , el río me dice “Andá, andá, salí de mi afuera tenes respuestas que te están esperando, aunque nadie espere por vos. Salí de mí. Habla con vos” Cuando salgo los aplausos suenan como un sonido ambiente, son aplausos impersonales, me escabullo en ellos, se escuchan gritos de los otros nadadores que llegaron conmigo, la llegada es tumultuosa, no hay ningún grito que me nombre, ni un brazo que me envuelva, ni un mate salvador, ni una palabra de aliento. Estoy solo con el río, el río y yo, mi soledad y yo y la extraña certeza de que nadar es un acto individual que puede, pese a todo,
compartirse infinitamente con todos aquellos que hoy me faltaron.