Por Nacho Fittipaldi
Cuando toco la placa bajo la cabeza y dejo soltar las
antiparras, me saco la gorra, la vista nublada. La cabeza va a explotar. Miro
el agua que aún se mueve, a mi derecha e izquierda los nadadores de ambos
andariveles ya han llegado. Sobre las rodillas y hacia adentro de los muslos
siento fuego. No sé si es el uso de la calza o un nuevo síntoma de fatiga, se
siente mal. Miro hacia el costado donde esta la barra de Poseidón, muchos
aplauden y gritan cosas que no oigo pero sé lo que significan: Aliento. Otros
toman mate sin prestar atención, se abrazan con otros compañeros que acaban de
nadar, o simplemente ríen y conversan. Las jornadas son largas, intensas y demoledoras.
No lo imaginé así. La convivencia placentera resuelve todo. Ahora que escribo
sentado, cómodo en un sillón de oficina, con el mate aun caliente y la yerba
que respira, siento una plenitud que se parece mucho a la felicidad de otros
momentos con mis hijos y Pao; o la sobremesa de un asado con amigos; o la pausa
del cronometro cuando cruzo la meta de una carrera de aguas abiertas; o cuando
se mira el sol caer en el fondo del mar y el sonido queda en el aire; o cuando
la carcajada irrumpe y con Pocke no podemos dejar de reírnos cómplices, en eso
que casi ya es una costumbre de la cantidad de veces que viene sucediendo. Pese
al agotamiento se siente bien este cansancio. Cada día es una eternidad y en
esa eternidad suceden millones de cosas y en esas cosas hay un segundo que se
modifica en el siguiente inmediato. Es la alegría de una medalla en una carrera
y es la bronca por no haber cumplido la estrategia pensada en la siguiente; es
un mate salvador, o una fruta en el momento justo y la pena por una
descalificación incomprobable. Es ver llegar a compañeros que han salido de La Plata
luego de trabajar y recordar que somos 49 nadadores entre 21 y 72 años de edad
que fuimos hasta Rosario a buscar algo que no solo es un lugar en el podio de un
torneo nacional, si no que además es hacerlo de determinada manera y con
determinadas características. No de cualquier forma. Esos instantes, decía, son
momentos concretos que quedan guardados pero que a la vez, al día siguiente, parecen
viejos. Las carreras salen una tras otras, mientras tanto la pileta se va
rompiendo de a pedazos, los albañiles reparan a las apuradas algo que todos
sabemos durará una hora. Hay momentos que se suceden y luego se convierten en
habituales, por ejemplo, ablandar en esa pileta extraña de tres andariveles, cruzarte
con los que nadan tu misma prueba en otra categoría y comentar y compartir
sensaciones ya nadados sabiendo que la tarea está hecha, total o parcialmente.
Mear mucho, ¿por qué se mea tanto?
Almorzar todos juntos, cenar todos juntos, ir de acá para allá, nadar
las postas, siempre alentarse, y buscar la distracción entre carrera y carrera,
el descanso en la playa luego del almuerzo, el silencio bajo el sol, el ruido
tenue del Paraná, los buques areneros sobre el río, los botes pequeños de aquí
para allá, esa manera de estar, tan singular, tan siesta de domingo.
Otra cosa destacable, desearle lo mejor al otro, y lo mejor para el
otro es muy distinto de lo mejor para mí. Lo mejor para mí es que no me
descalifiquen, oír la chicharra, subir al partidor, sujetarme fuerte de ese
cajón de fruta que vinieron a ser los partidores, quedarme quieto, inmóvil,
respirar profundo, partir, entrar bien sin irme al fondo, hacer un buen sub-acuático,
nadar como corresponde a la carrera indicada. Si se puede, hacer un buen tiempo,
bajar una marca personal. En mi caso después de 10 años bajé mi marca en 50
libres, aquella era en pileta corta, ésta en pileta de 50 metros. Por entonces
tenía 30 años, en dos meses cumplo 40, no tenía pareja ni hijos. Así de intensos
los logros. Sin embargo cruzarte en zona de pre-competencia con Facu, o desearle
lo mejor al alemán, o a Francisco, significa otra cosa. En ese caso lo mejor para
ellos puede ser hacer un récord
nacional, o ganar la categoría, o dejar el corazón en los 100 mariposa y
ganarle a Vidal una carrera que quedará para siempre en la memoria de cada
uno. Vidal levantándole la mano a Facu y el estadio cayéndose a pedazos bajo la
ovación unánime. ¿Se puede pedir mucho más? Sí se puede. Falta. Esa mixtura de
momentos es la mística de la que siempre se habla y de la que otros empiezan a
hablar cuando hablan de nosotros. Nosotros somos nosotros, no somos una franquicia.
Nadamos en una pileta, entre tal horario y tal otro, nos vemos todos los días, comemos
asados, pizzas, nos juntamos, construimos vínculos, nos queremos. Eso es un
club, de ahí salen la fuerza y los puntos; de los nadadores eximios y de los
que no somos excelentes nadadores pero que sumamos lo necesario para estar
donde estamos a fuerza de disciplina, voluntad y amar la natación. Y eso es
desde siempre, ese es el gran trabajo de Facu y Claudio, hacer de gente común
nadadores competitivos, por eso hay gente como Pepe, Bombi, Franco, Patricia,
Pocke y Mariel que están hace mas de una década peleándola en cada argentino,
no siempre con los resultados esperados; y hay otros como Joaquín, Maca, Guillermo, o
Caro que se han sumado hace muy poco pero que la viven igual que aquellos y que
como todos dejaron el corazón en cada carrera, en cada brazada, en cada momento
de ahogo en donde parece que te vas a pique y no se sabe bien de dónde aparece
un plus para salir adelante y llegar a la pared. Es ese instante en el que el
relator dice que el tercer puesto es para el Club Dragones y entonces sabemos que los segundos somos nosotros porque Libertador siempre gana. Pero
ese segundo puesto es el primero, por lo dicho antes, porque somos un club de
barrio, porque somos la pileta más grande del país, porque si no, no se
entiende la relación de fidelidad de cada uno de nosotros para con Facu y Clau,
ni la de ellos con nosotros, ni la de nuestras familias con nosotros y esos
“permisos” que nos damos para hacer estas cosas.
Este campeonato es ese abrazo
imaginario entre Facu y Juan Pablo que no pudo ser, ese abrazo real y concreto
entre Facu y Claudio, entre Emi y Beto, o Vero con Vicky, es para mí la
angustia y la incertidumbre de los 15 días previos sin nadar y perderme la
puesta a punto por un dolor insoportable en la columna, es el corticoides que
me inyecté para poder nadar este torneo y la ingesta durante diez días de un
analgésico fulminante que al final del día me dormía cada vez. Es tirarme a
nadar la primera prueba del torneo, los 100 espalda, sin saber si en la partida
o en la vuelta no me quedo duro otra vez y chau torneo, es ese absurdo tercer
puesto en esos mismos 100 metros y es esta locura hermosa que cada uno asumió
vivir. Es tener miedo y no poder decirlo. Es tener angustia al ver amenazada la
ilusión de participar. Seguro que cada uno tiene historias parecidas a la mía,
no soy un héroe, seguro que las tienen. Sofi con su tobillo, Miguel con su
cuello, Beto y ese huevo maradoniano en el tobillo derecho. Todos dejamos todo.
Es ese instante en el que por fin nos tiramos a la pileta, ya con el subcampeonato
ganado, ya con las lágrimas caídas, ya abrazados, ya heroicos, ya en la
historia de la natación amateur argentina, esa pileta en la que la padecimos es
ahora un recipiente de agua mansa que nos recibe para celebrar, es siempre
agua, trabajando en ella y festejando en ella. Ojala nunca perdamos de vista
por qué nadamos, qué es el deporte amateur, qué fuimos a buscar a Rosario y
cómo obtuvimos lo que nos llevamos, y a qué vamos a ir a Córdoba en septiembre de este mismo año. Gracias otra
vez por hacerme un lugar, ese espacio en el que me realizo no solo como nadador,
en ese contorno hermoso que queda delimitado por lo que llamamos Poseidón.