Por Nacho Fittipaldi
Un escenario de madera, dos
sillas, una mesita vestida con un camino, dos copas de vino, dos micrófonos, un
atril. Ellos. En medio de tantos súper estadios con mega pantallas, 35 bandas programadas
en un mismo día y sonido a mil, acá habrá solo una guitarra y una voz. Son buenas
y suficientes razones para dejarnos atravesar por esa música que nos interpela.
El concierto arranca con
“Guitarra dímelo tú” esa pieza maestra de Yupanqui que así como al pasar dice
“los hombres son dioses muertos de un tiempo ya derrumbado”. En la voz de
Liliana Herrero esa frase suena a sentencia, Falú la acompaña como puede, y su ‘como
puede’ es descomunal. Ella es un temblor que va por donde el pensamiento le
sale. El juego está planteado en esa aparente desigualdad: Ella canta y él
acompaña. Ella decide improvisar y él la acompaña. Ella corre, él camina. Ella
camina, y él también. La pieza de Yupanqui es ejecutada con una precisión que
podría desmentir la afirmación anterior, sin embargo ese juego da un resultado
extraordinario. Liliana Herrero canta bajito y parece sacar aire desde los
tobillos hasta la garganta. Acorta las oraciones, frena la entonación, saca
terciopelo de un bolsillo y lustra el escenario. Falú es, como se sabe, un
compositor y un guitarrista superlativo, además dueño de un humor fino y
punzante como los dedos de su mano derecha.
Lo contrario a su manera de vestir. Lleva puesta una inverosímil chaqueta
estampada en colores amarillos, negros y lilas. Parece el tecladista de Los
Palmera o el mozo de un bar cerrado. Alto, flaco y espigado, verlo tocar es tan
deslumbrante como ver levantar vuelo un avión. Al terminar la primera canción queda
en el aire, sobrevolando, la sensación de que algo mejor será difícil oír esta
noche. Se hace un silencio luego del aplauso prolongado. Curiosamente habla él.
“A veces las canciones salen distintas a como las pensamos y eso es bueno –esa
es la sensación que tuve al oírla, era evidente que ella se estaba saliendo del
libreto y era notable como él hacía eso casi imperceptible- y a veces eso nos
gusta mucho y por eso brindamos” Mientras el aplauso sucedía ellos se miraron
fijo a los ojos, Liliana francamente emocionada con un brillo de lagrimas en
los ojos, entonces alzaron sus copas, brindaron y bebieron. “El problema es
cuando nos gustan muchas canciones” dice Falú rompiendo el clima intimista que
había generado su confesión anterior. Las risas cubren el auditorio. En la
canción siguiente sucede lo mismo, vuelven a brindar, Falú acota “Bueno Liliana
hagamos el balance cada dos canciones porque vamos a terminar en pedo, esto va
a ser un desastre” nuevamente la carcajada aflora.
El repertorio es el conocido,
Leguizamón-Castilla, Pepe Nuñez, Yupanqui, el mismo Falú, Valladares, Violeta
Parra. Sin embargo da la impresión que van decidiendo sobre la marcha, y que se
sorprenden entre ellos al elegir algo del cancionero que está sobre la mesa. Se
desobedecen mutuamente. Falú sostiene que durante las crisis la música y el
arte, en general, se redefinen como una metodología para interpretar la
realidad, y que ellos, esa noche están haciendo eso. Esto se advierte en la
manera contenida de cantar de ella, ha abandonado ese hachazo que puede ser su
voz y ha escogido la sutileza de la voz como silbido, apenas audible, eso y en un
brutal acompañamiento de guitarra son la sincronía del día. Falú casi no se
mueve al tocar y sin embargo su guitarra es un abanico de sonidos, colores, relieves
y profundidades. Lo de ella es estremecedor, sentada en la punta de la silla se
balancea hacia adelante, hace equilibrio, mueve las piernas y los pies como si
pedaleara, transpira, es un ovillo de
huesos sacando novedosas formas de estas revisitadas canciones, del cancionero
popular. En ese sentido Liliana Herrero es una compositora, cierta vez Falú
contó que luego de componer Confesión del viento le llevó la canción a Liliana y
mientras se le entregaba en mano le dijo: “Tomá, destrozala” Y eso hizo. Compuso
una versión mejor a la del propio Falú. Lo mismo con las canciones que hace de
Fernando Cabrera y algo parecido con las de Edú “Pitufo” Lombardo. Su capacidad interpretativa, su entrega en el
escenario, su calidad como intelectual y su compromiso político, los cambios de
formación en su banda, la exquisitez de todos sus músicos cada vez, la ponen
muy por encima del promedio de músicos argentinos. Liliana está en la cima hace
mucho tiempo. Cada tanto dice “Tocá vos Juan” como diciendo `no puedo más`. Y Juan
toca y lo que toca es fenomenal, por ejemplo una canción que se llama Puro
fierro que es de él y Pepe Nuñez, u otra de él llamada El encalillado, o algo
así. Al terminar las canciones vuelven sobre el texto, lo recitan, lo analizan,
lo muestran al público. “La identidad es un estado de tensión entre lo que fue
y puede llegar a ser. De esa tensión puede surgir una obra de arte, puede
surgir un país feliz. La voz canta un territorio, una memoria de luchas, de
fiestas. No se puede hacer un canto sin fronteras. Los cantos tiene
sonoridades, texturas, territorio.” dice Liliana, se cansa de decirlo cada vez,
su obsesión es el presente, el pasado, y el futuro como un sitio donde El cuchi Leguizamón, Castilla, Yupanqui,
Carnota, Parra, Charly Gracia, Gardel
nos están esperando para ser redescubiertos.
El cierre llega con Oración del
remanso, Liliana deja el micrófono, se para frente al auditorio, somos 160
almas conmovidas, mueve los brazos como
si tuviera una batuta, y “Cristo de las redes no nos abandones” es dicho por el
público ante su Cristo ocasional, se ha desangrado en el escenario, ha
transpirado, ha vertido ideas densas, tal vez incluso más que lo que el propio
publico quiera oír, son tiempos vacuos, canta a capela y recién cuando el
recital termina y el aplauso se cierra, la gente se rompe las manos, está de
pie, aplaude de pie, y solo entonces ella dice muy por lo bajo “Viva la patria”
Liliana Herrero lo llena todo.