Por Nacho Fittipaldi
Una desaparición forzada, una detenida política, despidos
como para hacer dulce, represión preventiva, ajuste, aumento exponencial de la
deuda externa, sub-ejecución presupuestaria, bono a 100 años, Lebacs de
incierto futuro, aumento de la pobreza e indigencia, disminución de la
decencia, etc. Nada de eso parece hacer mella en el electorado que eligió a Cambiemos
en la provincia de Bs.As. ¿Es eso así? Este es un primer punto a discutir. ¿Podemos
afirmar que todo lo que queda por fuera del 35% de Esteban Bulrrich es un voto
opositor? A mi humilde entender no. Efectivamente hay un 65% que no votó por
Cambiemos pero ese universo es de compleja y heterogénea composición. Tal vez
sea conveniente especificar el enunciado. Tal vez sean opositores, estén
disconformes con el modelo económico pero esa supuesta homogeneidad no se
sostiene cuando hablamos de los dirigentes opositores que también encabezan el
rechazo al modelo económico. Digamos, el voto que no fue a Cambiemos y que no
es kirchnerista, rechaza el modelo económico-político pero también rechaza a
Cristina.
Por otro lado, el votante de Massa, ese que acompañó gran
parte de las medidas de gobierno en el Congreso de la Nación, no puede
categorizarse como un voto tajantemente opositor. Excepto que desconozca el
hecho objetivo de que el massismo co-gobierna la legislatura bonaerense; y en
segundo lugar porque no se ha desmarcado a nivel nacional del rumbo tomado. Las
urnas así lo demuestran. El voto a la izquierda, Unidad Ciudadana e incluso el
voto a Randazzo es en cambio un voto en contra a las políticas de gobierno.
El votante de Cambiemos escoge sostener la confianza en el
gobierno basándose en las políticas implementadas, las expectativas y sobre
todo un profundo rechazo a la figura de Cristina que es recapturada una y otra
vez como un pasado al que conviene tener siempre cerca para exorcizar. Pero más
allá del análisis electoral quería llevar el análisis a un punto más
cualitativo, algo más difuso y por tanto endeble. Un punto de análisis que
abarca el profundo cambio cultural que Macri propone y la empatía que genera en
sectores que son, y serán, la variable de ajuste del modelo.
La realidad discursiva de Cambiemos es la mayor construcción
política de la que pueden dar cuenta. Para ello es necesario e ineludible la
cooperación de las corporaciones económicas y mediáticas; la estética cuidada;
la direccionalidad discursiva; el mensaje; y la plataforma sobre la que ese
discurso trabaja. Esa plataforma encuentra una base ciertamente real que es lo
que el kirchnerismo ha dejado como cierto. Un regalo, una parcialidad. Esto no
implica negar los muchísimos logros del Kirchnerismo pero sí relativizarlos. En
esa relativización es donde comienza a tallar el discurso de Cambiemos, allí debemos
encontrar algunas de las explicaciones que permitan explicar el último resultado
electoral, independientemente de que Cristina gane por un punto o pierda por
medio. Mientras se acepta esa relativización, las corporaciones mediáticas y
sus periodistas devenidos en dirigentes políticos agotan su tratamiento en
cuanto medio es posible. Pongamos un ejemplo. El dato de pobreza: ¿Es cierto
que Macri aumentó la pobreza? Sí. ¿Es cierto que Cristina concluyó su mandato
habiendo entre un 25% y un 30% de pobres en Argentina? Esa es una respuesta que
no podemos confirmar. No sé. La respuesta sería un SI, relativo. Y un NO,
relativo. En principio la trampa está plantada por el propio kirchnerismo, al
no haber datos de aquél INDEC la discusión está vedada, viciada. Al no poder
dar la discusión objetivamente (si es que hay datos objetivos) entonces hemos
perdido esa discusión, o al menos se le ha concedido a Cambiemos la posibilidad
de que esa contra argumentación sea esgrimida. Lo mismo sucede con las
estadísticas de inflación, y por fuera del INDEC, con las de seguridad pública.
¿Ello niega la disminución de la pobreza entre 2003 y 2015? De ninguna manera,
pero lo relativiza profundamente, lo bastardea. El punto es que un gobierno que
se suponía inclusivo, como lo fue el kirchnerismo, sale perdiendo o empatando
una discusión en la que se creía vencedor. La discusión mediática está perdida.
Esa verdad relativa es diseminada por doquier. Ahora bien, el discurso de
Cambiemos trabaja sobre hechos como esos, de los que hay varios mas, y sobre
otras ficciones que construyen hechos. Digamos, la discusión sobre el financiamiento
de la empresa ARSAT forma parte de algo totalmente periférico que no se juega
electoralmente. La idea de pobreza, servicios, trasporte, y obra pública son
ideas y conceptos más concretos y visibles. El 35% de votos de Cristina asume
que en esos ítems el gobierno anterior hizo más que el actual, no la vota solo
por eso, pero supone que lo anterior es consecuencia virtuosa de un modelo
“Nac&Pop”. Dicho esto cabe plantear que Cambiemos, y en especial Vidal,
toma esos mismos ítems y plantea lo inverso. Hace 25 años que no se hace nada
de nada. Hasta Cafiero llega la pesada herencia. La confrontación es total e
irreconciliable. Por lo tanto el análisis de lo estrictamente político excede
lo eminentemente político. Se llega así a un terreno en el que la construcción
del voto se constituye a partir de los indicadores mencionados, matizados por
la relativización de sentidos que toda representación implica. Una
representación de sentidos que está atravesada por el género, la edad, la
formación educativa, la experiencia frente a los hechos históricos, los
prejuicios, la coyuntura. En ese esquema, hoy por hoy, hay un empate. Atención,
es un empate 35% a 35%, entre Cambiemos y Cristina, y no sirve pensar aquel 65%
como una unidad, no se destraba por la sumatoria de los votos de Massa,
Randazzo y los otros. En todo caso también se podría decir que el 65% del
electorado no eligió a Cristina y que ese 65% relativiza los logros del
kirchnerismo que el núcleo duro de Cristina entiende como concretos. La disputa
es entre un modelo neoliberal y otro que no lo es. Un modelo que ajusta y que
es felicitado por los organismos internacionales de crédito; y a su vez NO fue
castigado electoralmente por los ajustados como uno hubiera creído. Por lo
tanto no hay razones para pensar que el ajuste cesará, más bien lo contrario. El
35% que no voto ni a Unidad Ciudadana ni a Cambiemos decide la elección de
octubre, otra vez como en 2015.
El cambio de Cambiemos es un pase mágico. Es deteriorar las
cosas sin hacer de eso una tragedia griega. Es una venta constante de
expectativas que solo es posible bajo, al menos, dos condiciones básicas, a)
ejecutar el truco a la perfección; b) que la experiencia del pasado no haya
sido tan positiva como la minoría intensa del kirchnerismo cree y que los
rasgos más deleznables adjudicados a Cristina afloren una y otra vez. Esto es
algo que hasta ella misma ha entendido, de allí el cambio de estrategia
electoral. De allí que no alcance para octubre bajo las condiciones que hoy le
aseguran ese 35%. La experiencia cultural de Cambiemos explota como nadie ese
sesgo de verdad sobre una porción determinada de la población bonaerense. El
problema no es que eso sea así, el problema es que ese pliegue, o rizoma, va en
aumento en el territorio nacional. Como dijo el patético Gustavo Noriega el
lunes pasado ante la pregunta de si le gustaba este gobierno, o no. Noriega
respondió, “Hay cosas que me gustan y cosas que no. Pero este gobierno a
diferencia del anterior, me sacó la política de la espalda. No me obliga a
problematizar todo, a darle un sentido político a cada cosa” Ese hartazgo que
expresa el periodista es una definición banal que él puede permitirse dado que
tiene la barriga llena. Pero sin embargo no debiera pasar por alto un claro
contraste entre Cristina y el presidente con problemas de lectoescritura. Por
imposibilidad y estrategia, Macri ha aplanado de sentido la política y la
historia nacional. La infantilización de sus argumentos se desparrama por cada
uno de los ítems que abarca, su punto más alto de intelectualidad es al hablar
de futbol y eso,
a diferencia de Cristina, genera más
empatía que odio. De eso se trata. Sobre un terreno fértil, la construcción de
una estrategia.
La disputa entre un modelo neoliberal en lo económico y
conservador en lo político-cultural versus el modelo “Nac&Pop”, reconoce un
campo más: El respeto a la voluntad popular. Este modelo neoliberal es un
modelo con muchos votos a nivel nacional que aun no le garantiza una mayoría electoral
ni parlamentaria. Ganar una elección es mejor que perderla. Perder una elección
es mejor que evitarla, suspenderla, perderla o prohibirla. La oposición no
kirchnerista aparece escabullida de la primera plana mediática a la que
recurrieron incasablemente hasta antes de las elecciones. Hoy que el escrutinio
muestra irregularidades que rozan el fraude, su silencio y falta de compromiso
es otra manera de mostrar su odio hacia Cristina y una sutil cercanía y defensa
del modelo económico y político por fuera del ámbito parlamentario.