Por
Nacho Fittipaldi
Intentaré
no pronunciarme sobre la fuga de los presos, el papelón posterior, la famélica
actuación de las fuerzas federales de seguridad y la andanada de las
provinciales, ni de Heidi, más Heidi que nunca, ni de lo tempranísimo que se destiñó Patio Bullrich,
ni del apriete vergonzoso que se comió en vivo ante un notero promedio de TN.
Tampoco de la multiplicidad de medidas tomadas en estos treinta días, ni la
pertinencia o inconstitucionalidad de los decretos firmados por el presidente
fisurado, ni tampoco escribiré sobre la fastuosa transferencia de ingresos y la
nula incorporación de la noción de “pueblo” como universo probable de políticas públicas; de todo se ha escrito
mucho y bien.
Quiero
detener el análisis sobre dos cuestiones referidas al gobierno nacional:
1)
la lógica con que se ocuparon los cargos de gobierno.
2)
la escisión entre el discurso de campaña y el ejercicio de gobierno.
Dentro
de las novedades que implica un nuevo gobierno, siempre genera cierta
expectativa ver cómo se van completando los cargos públicos de primera, segunda
y tercera línea. En ese sentido fue curioso observar cómo esos cargos iban a
parar a manos de gerentes generales de empresas multinacionales e incluso, más
preocupante aun, vimos asumir a gerentes de empresas que además eran (son)
competencia de mercado de empresas nacionales. Por ejemplo, Shell es
competencia de YPF y LAN de Aerolíneas Argentinas. El conflicto de intereses
allí es notable. Una pregunta con respuesta obvia es, ¿esos gerentes generales
trabajarán desde la esfera pública para beneficiar el bien de las empresas
nacionales en desmedro de las empresas privadas a las que están vinculados?
Sin
embargo lo que quiero señalar es algo que está en el orden de la incomprensión,
y esa incomprensión está dada por la dificultad (mía) de comprender la dinámica
y la lógica con la que este gobierno viene tomando sus decisiones. En estos
treinta días revueltos todos nos hemos preguntado al menos una vez: por qué;
para qué; cómo es posible; con qué fin, ante cada medida o decisión desbocada
que este gobierno implementa. La historia conocida y más o menos reciente de
los partidos políticos muestra que ante una instancia de elección, sea municipal,
provincial o nacional, un partido político cualquiera traza una estrategia de
campaña para vencer y hacerse del gobierno; ocupar los espacios desde donde se
ejercita y legitima el poder. Una vez allí hay tres objetivos muy concretos
para alcanzar en el corto y mediano plazo:
a- ocupar
los cargos de gobierno con miembros del partido y/o la alianza de partidos que
vehiculizaron el éxito electoral;
b- llevar
adelante las políticas de gobierno que se enunciaron durante la campaña y que
generaron la adhesión del electorado hacia el candidato;
c- lograr
exitosamente el punto b y traducir eso en una plataforma electoral seductora de
cara a las elecciones legislativas de medio término. En este caso particular
las legislativas de 2017.
Pues
bien, el primer punto para analizar es que el PRO se ha mostrado desinteresado
en cumplir el punto a y ha asumido otra táctica. Más allá de la perfecta
imposibilidad para cubrir todos los cargos públicos en provincia de BsAs, CABA,
y el nivel nacional, lo que han hecho es pasar por alto una regla de la
política convencional, entregaron a manos privadas los lugares que cualquier
otro partido hubiera reservado para sus cuadros políticos, dirigentes
juveniles, organizaciones sociales y/o agrupaciones políticas de variada índole;
si bien Menem hizo algo parecido, debe decirse que lo hizo a escala de jardín
de infantes. Ese dato no es algo menor, no lo es por lo antes dicho en relación
al conflicto de intereses pero además porque implica el choque entre sistemas
organizacionales y culturales. Y ello implica desde la verticalidad con la que
se toman las decisiones hasta el objetivo supremo de la eficiencia y
rentabilidad que priman en el sector privado y que son cuestiones más
discutibles en la esfera estatal. A su vez implica asumir la responsabilidad de
nombrar en cargos importantísimos a sujetos que tienen poca o nula experiencia
en gestión pública; personas a las cuales ni siquiera conocen en términos
personales según ellos mismos han confesado. Lo que se dice una moneda al aire.
Como
instrumento de política es entendible si se presume que las privatizaciones al
estilo años ´90 ya no son algo fácil de concretar, ni desde lo político, ni
desde lo social, y mucho menso desde lo simbólico. Por lo tanto lo más oportuno
parece ser gestionar desde el Estado a favor de lo privado antes que privatizar
lo publico pagando el costo político de hacerlo evidente. Como estrategia es
demasiado arriesgada como para que sea bien vista desde una teoría del Estado,
digamos. En ese sentido lo que pulula en el inconsciente colectivo y
habilitaría dicha decisión, sin que el PRO lo haya manifestado abiertamente, es
que los CEO aportarán criterios de eficiencia, orden y rentabilidad a la
gestión pública que, como hemos visto en estos días encuentra en el empleo
público el punto de costura por donde el PRO ha comenzado la redada. Es curioso
porque lo que está a la vista es un nuevo proceso de desfinanciamiento del
Estado y endeudamiento, posibilitado a su vez por las políticas de
desendeudamiento que dejó como activo la gestión anterior. Es decir que los
paladines de la eficiencia, orden y rentabilidad, deberán administrar un
Estado desfinanciado por mérito propio.
Tarde o temprano serán responsables de ello. Tal vez esa sea la jugada…no
mancharse las manos.
En
relación al segundo punto, “llevar adelante las políticas de gobierno que se
enunciaron durante la campaña”, también hay un manto de sospecha. Podríamos
decir que están a mitad de camino. Si se tiene en cuenta que gran parte de la
campaña se apoyó en la idea de cambiar las “formas”, parece insólito el
desacompasado perfil decretista que viene desarrollando el PRO. La virulencia
con la que se toman ciertas medidas parecen dejar al desnudo otro novedoso
fenómeno: Macri no reconoce vínculo contractual con su electorado. Si bien le ha
pagado mucho y bien al sector agroexportador ha recaído en aquello que le
endosaba a Cristina, su autoritarismo y exceso de presidencialismo. Macri se
deslindó velozmente de sus dichos de campaña, está lejos de reconstruir la supuesta
ruina en la que se dejaba la Republica. En cambio parecería ser que Macri usó
al electorado para ganar la elección y desbarrancar a CFK sin contraprestación
alguna. Al mismo tiempo que su electorado usó a Macri para sacarse de encima a
CFK y las “formas” kirchneristas. Macri parece no reconocerse en aquél
dirigente de campaña, ni en sus promesas, y el electorado no reconoce a este
Macri como aquél de la campaña. El objetivo está cumplido para ambas partes
pero implica un riesgo que es, a corto plazo, el descredito y la pérdida de
apoyaturas.
Finalmente
el tercer punto tiene que ver con la perdurabilidad política de este
experimento político que consiste en asumir las consecuencias negativas de
sumar el punto a y b. Si bien es prematuro hacer análisis sobre cómo seguirá
este ensayo político, es indudable que sus posibilidades de obtener mayoría
legislativa en la cámara de diputados de la nación y equiparar su fuerza en el
senado nacional está sujeta a qué y cómo haga las cosas el PRO. Las medidas de
gobierno conocidas hasta el momento tienen consecuencias negativas. Esas
consecuencias aun no mostraron la totalidad de la forma, ni su volumen, ni la
expresión social del conflicto. Por ahora hemos visto la represión como moneda
de cambio ante la manifestación del conflicto.
Pasadas
las vacaciones, terminado el comportamiento inercial del consumo de 2015, llegará
la mochila escolar que vendrá con un fuerte incremento de precios, sumado al
aumento de las tarifas de servicios públicos que llegaran entre febrero y
marzo, el aumento de la educación privada y transporte, las paritarias que
recién llegarán en abril o mayo y que el propio Prat-Gay indujo a cerrar por
debajo de la pauta inflacionaria acumulada entre noviembre y el mes de
paritarias. Miguel Bein pronosticó una inflación anual del 36% y paritarias del
28%, habrá que ver cómo se perfila el accionar político del PRO ante este
posible escenario. El conflicto social es, en ese contexto, inevitable. Su
dimensión, incierta.
Parece
complejo imaginar cual será el dinamismo de una economía con caída de la
actividad económica, caída del poder adquisitivo principalmente en sectores
medios y bajos, disminución del “gasto publico” y evidentemente aumento del
desempleo y por lo tanto de pobreza. Las medidas de gobierno que impulsa el PRO
no muestran cual es el objetivo, la razón, lo recomendable de llevarlas
adelante, su esquema de alianzas con las corporaciones no garantiza, ni
resuelve, su perdurabilidad en el poder aunque sí su impunidad temporal; y por
el contrario, hasta aquí su forma de desenvolverse va en sentido contrario a lo
enunciado en la campaña, lo cual lo aleja en cierta medida de su propio
electorado (no de todo) y de sus alianzas partidarias; las consecuencias de sus
medidas económicas van en perjuicio de sectores mayoritarios de la sociedad que
en los últimos años asumieron como dado que el acceso a ciertos derechos y a la
manera de hacer uso de su salario era algo inmanente a la ideología en la
administración del Estado.
En
síntesis, el PRO se muestra hasta aquí como un espacio político, laxo,
elástico, desfachatado y autosuficiente. En él abrevan una cantidad de actores
políticos, económicos e institucionales que son de difícil mixtura. La amalgama
necesaria para que esa vinculación entre unos y otros sea sin cruzar el interés
de todos ellos es algo que requiere de una pericia política que el
desenvolvimiento político en relación a
la búsqueda de los fugados del penal de Gral. Alvear desmiente. Cuando Techint,
la Sociedad Rural, CRA, la UIA, la banca privada local y extranjera, las
cerealeras, reclamen lo suyo, se verá que la batería de medidas orientadas en
sentidos contrapuestos conocidas hasta hoy no equivale a un modelo de
desarrollo. Allí se comprobará la dificultad de construir un espacio político
sin identidad propia basado en la sumatoria y multiplicidad de apoyaturas. La
distancia entre un formato de política especializado en comunicar más que en
gestionar. La problemática de comprender que ya no alcanza con la denuncia retroactiva
ni la mera experiencia como oposición. El arduo recorrido que va de la
declamación a la más mundana relación con los intereses reales y concretos de
la economía y sus actores determinantes en conflicto. Hasta ahora el PRO ha decidido meterse con los más débiles.
Llegará la hora en que no. Por el armado político que está a la vista, no se
entiende ni por dónde ni cómo harán frente a ese cercano escenario. La pulsión
política del PRO es una incógnita, una medusa con cuerpo de mulita y la cara
del mago sin dientes.