Por Nacho Fittipaldi
En los últimos años asistimos a
un formato de programa televisivo que tiene ciertas características salientes: salen
en vivo, la lógica del panel (esto supone la idea que cuanta más gente haya en
el piso, tanto más plural es el programa), las escasas o nulas reglas del
debate, la impunidad del conductor y el panelista, tener buen rating, la
derrota del invitado.
Expresiones de ello son La cornisa (conducido por Luis Majul) y
el más novedoso e inalcanzable en su expresión, Intratables (conducido por Santiago del Moro). Este último tiene
varias particularidades. La primera es que no se enuncia como un programa político
pese a que podría serlo, claramente, prefieren el difuso mote de “interés general”.
Y no lo hacen porque su objetivo es tener rating. Lo que conviene es no darle
motivos a la audiencia para que cambie de canal. Esto no es solo una frase sino
que el programa pone en marcha un dispositivo muy efectivo a tales fines.
El primer dato de color es que su
conductor no tiene la menor idea sobre política, no es periodista, no es politólogo,
no es sociólogo y no es historiador. Ni falta que le hace. Lo que el conductor
hace es rumbear la dinámica del programa hacia una lógica en la que el invitado
de mayor relevancia, suele haber hasta cinco invitados en un mismo programa en
el que hay siete panelistas fijos, supongamos que es un dirigente kirchnerismo,
es más bien atacado que escuchado. El invitado, a diferencia de los programas políticos
de cable, no dialoga con el conductor, aquí el invitado tiene que responder la
pregunta inicial del conductor que por lo general es más o menos sensata, y una
vez que el invitado comienza a responder, los panelistas disparan todo tipo de repreguntas,
acusaciones, opiniones valorativas sobre cuestiones que no se remiten
necesariamente a la pregunta original. La interrupción, lejos de ser un síntoma
de mala educación o intolerancia, es aquí el combustible del programa. A menudo
el invitado tiene que responder a tres o cuatro preguntas/ataques a la vez, los
múltiples panelistas discuten entre ellos y con el invitado, hablan unos sobre
otros, se achacan sus posiciones políticas asumidas, se echan en cara los
prontuarios de los dirigentes políticos de los espacios políticos a los cuales
adscriben unos y otros. Luego de esto el conductor camina hacia la cámara, alza
las manos como un árbitro de box, incluso dice mirando fijo a la cámara, <<un
minuto, un minuto>>, interrumpe definitivamente esa micro pelea, se vuelve
hacia el invitado, se muestra compungido, como si esa escena no fuera el medio
para obtener lo que el programa persigue, miente, y lanza otra pregunta que
solamente reinicia el ciclo anterior.
Frente a eso el invitado tiene
dos opciones, o se mantiene inmutable frente a semejante espectáculo o se
incorpora a esa dinámica lapidaria. Lo primero trae como consecuencia la finalización
de la entrevista, más temprano que tarde. El mismo Del Moro contó en el
programa de Majul que finalizó una entrevista con Ricardo Alfonsín porque no
medía en el minuto a minuto. ¿Cuánto duró la entrevista? 35 segundos. La
segunda opción implica perder las pocas posibilidades de dejar una idea, un
pensamiento, un testimonio, una reflexión o una expresión de lo que, se supone,
el espacio político que el invitado representa, intenta dar. El
programa no invita para oír, invita como excusa, para medir.
El problema que aparece en
evidencia es que el periodismo, este periodismo, el de Majul, Nelson Castro, Leuco,
Eliaschev, Morales Solá, Ruiz Guiñazu, María O´Donnel, y el del programa de Del
Moro es que le disputa al kirchnerismo, no ya, un sentido de la política
(observen esto, ellos no suelen hablar de política) sino un sentido de lo moral
y la ética. En ese contexto es imposible debatir o resultar vencedor en un
debate dado que el “periodismo independiente” trabaja sobre supuestos y
conjeturas compuestas por variables totalmente controlables y totalizadoras,
mientras que el dirigente político elabora sus argumentos y defensas sobre un
conjunto de experiencias reales, colectivas, históricas, viejas y nuevas
convicciones, arrepentimientos y ambición. No son conciliables.
Pero volviendo a Intratables, es
curioso que este programa tenga mucho rating en relación a las casi
inexistentes audiencias de los programas políticos de cable. Intratables suele
medir 6 puntos de rating contra 1,5 o 2 de cualquier programa político de TN o
C5N. Como si la audiencia premiara ver a la política sometida a ese tosco ejercicio
de la burla y denigración televisiva. Ese chiquero en el que Oggi Junco discute
mano a mano con un Senador Nacional sin que haya mediaciones posibles hasta segundos
antes de llegar al escándalo frenéticamente buscado. Lo paradójico es que últimamente
se ve a muchísimos dirigentes políticos asistir (o deambular) a ese programa en
el que ellos son bastardeados, disminuidos, no respetados y en donde la política
termina asumiendo la estética de la televisión abierta, y ellos sometidos al minuto
a minuto. Si mide sirve, si no mide, no. El punto es qué y cuánto se hace para
que sirva y mida. El punto que los
dirigentes políticos parecen perder de vista, es, qué tan caro se paga la cuota
mínima de conocimiento/popularidad que este programa entrega, si esta se
obtiene a costa de la deshilachada imagen que de ellos queda cuando Santiago Del
Moro dice basta.