Por Nacho Fittipaldi
Desde el mes de enero Canal
9 tiene en el aire la serie colombiana llamada “Escobar, el patrón del mal”. La
<<narconovela>>, así se
denomina al género, versa sobre los años que arrojaron al Capo del Cartel
de Medellín, Pablo Emilio Escobar Gaviria, a la cima y a la muerte de su mundo
que marcó durante 20 años, el pulso, el ritmo y la taquicardia de toda
Colombia. Esta serie colombiana viene a sumarse a un fenómeno complejo al que,
en lo personal, agrego las novelas de los escritores Haruki Murakami, y Henning
Mankell. Son cosas que no puedo dejar de ver o leer, y a su vez forman parte de
la moda y los best seller. El punto es qué sucede cuando la moda, lejos de los
prejuicios de clase en los que nos hemos criado, está bien compuesta en su género. Es decir, qué hay de malo en consumir best
seller si esos tipos escriben como la ostia, o qué de malo tiene ver el patrón
del mal…, si la serie esta buenísima.
Hecha esta salvedad quiero
tocar algunos puntos que no ayudan a explicar
por qué esta serie hace 10 puntos promedio de rating desde hace ya dos meses.
Por un lado señalar cuanto
mejores son los actores de esta serie a los de las novelas nuestras, es casi
imposible ver llorar o reír bien a Facundo Arana, por ejemplo. Pero no solo a
él, sería muy larga la lista y muy corta la que indique quiénes lo hacen bien o
muy bien. Pero acá no solo Andrés Parra (Pablo Escobar en la serie) actúa
endemoniadamente bien, es de lo más excepcional que hemos visto en mucho
tiempo, hay un cúmulo de quince actores que verdaderamente la descosen a diario
y otra veintena que cuando aparecen también impresionan. Pasan escenas de
violencia, de tristeza, de borracheras, de amor, de risas y actúan todo bien. No
hay serie, ni unitario argentino que esté a esa altura, mas aún teniendo en cuenta
la cantidad de actores que El patrón… involucra en cada capítulo,
multimillonaria producción por cierto. La serie tiene la cualidad de que uno ve
la escena y sencillamente les cree, y no solo les cree sino que puede ponerse
en el lugar del otro aunque ese otro sea un monstruo. Cuando Escobar habla de
que el gobierno nacional no respeta sus derechos humanos y los de su familia,
todos sabemos que es un psicópata, <<cínico y morboso>>, como él
mismo califica a los medios de comunicación, pero a nadie le queda dudas de que
él siente eso, que lo preocupa, que sufre por eso y que eso es lo que está
sucediendo. Pero a la vez, del otro lado, cuando uno ve cómo responde el
presidente de la nación, tampoco a nadie le queda la menor duda de la complejidad
de ser gobernante durante esos años, esos años que arrojaron a Pablo Escobar a
la luz pública luego del mayor error cometido por Escobar y que fe asesinar al
Ministro de Justicia de la Nación.
Es ahí donde invocar a Yabrán
tiene sentido con aquellas dos frases antológicas que valen mucho más que
varios cursos de ciencias políticas; <<el poder es la impunidad>> y
en relación a la foto que le sacara J.L. Cabezas <<me pegaron un tiro en
la frente>>. ¿Se puede ser más grafico y claro? No. Después de aquél asesinato Escobar irá
perdiendo de a poco y para siempre, hasta que lo asesinan, todo su poder. Su
poder era su impunidad, y su impunidad era ser invisible, cuando se hace
visible deja de ser impune, orada su propio poder y comienza la carnicería que
arroja la friolera de 1.000.000 de muertos –sí, leyeron bien- desde que él
comienza su guerra contra el gobierno nacional, contra el Cartel de Cali,
contra la sociedad civil y contra quien
se le pusiera en frente.
Otro punto interesante es
que en una serie en donde se habla del capo del narcotráfico más importante del
mundo aparezcan ciertas cosas ladeadas. Se soslaya la palabra
<<cocaína>> y su imagen. Prácticamente no hay escenas donde se
pronuncie esa palabra o su modismo colombiano <<perico>>, tampoco se
ven imágenes sobre las toneladas de cocaína que se traficaban a EE.UU, o del
narcotráfico en sí. Eso esta invisibilizado. Nadie consume, nadie vende, nadie
compra. Rarísimo. Algo que por ejemplo en algunos textos de Fernando Vallejo, o
en la arrolladora novela de Santiago Gamboa “Plegarias Nocturnas”, o en las
novelas de Mario Mendoza, todos ellos escritores colombianos, aparece de manera
constante, omnipresente, entregada y usada casi como un derecho ciudadano,
invasiva, hasta hacerlo sentir a uno un boludo, o un pacato, por no haberla
probado.
Otro punto interesantísimo
es la cuestión de la extradición. La serie muestra este tema como el principal
punto de inflexión en la dinámica de la relación entre Escobar y los diferentes
gobiernos nacionales. El asunto gira sobre si en caso de ser capturados los
capos narco de Colombia, podrían o no ser extraditados a EE.UU y ser juzgados
con leyes norteamericanas. Por un lado
hay una cuestión formal acerca de si corresponde o no, acceder a ese tipo de solicitudes.
A su vez, hay una dinámica que está regida por la fluidez con que Escobar
accede o no a los distintos presidentes y, según ello, si logra o no manejar
ese tipo de decisiones que, por lo demás, deben ser rubricadas con documentos
oficiales, sean artículos específicos en la constitución nacional, decretos
presidenciales (con menor alcance en el tiempo) o, como se ve en la serie,
decisiones políticas sin ataduras legales-formales, más que la propia decisión
de un presidente en extraditar a un narco. Ese es el segundo quiebre, la
amenaza de la extradición y el fin del poder de los dólares o las balas como
consecuencia de ello.
Tampoco aparece autocrítica,
o un mínimo contrapunto, un halo de esperanza frente a la imposibilidad asumida
de juzgar en estrados colombianos a estos narcos que lo único que quieren es no
ser extraditados a EE.UU. En ningún momento la serie aborda esta cuestión. No
hay un solo personaje que diga alguito, una palabra, sobre este conflicto, si los
<<extraditables>> pueden no ser extraditados pero en cambio ser
juzgados en Colombia por jueces colombianos. La tensión es, o los extraditamos
o quedan libres. Es como si fuera imposible permitirse pensar en un juez no
corrupto y por extensión uno puede pensar en una sociedad que se ubica en ese
mismo lugar del <<juez corrompible>>, dado que los jueces son
miembros de ella, hay una representación de la sociedad colombiana en ese
debate obturado.
Finalmente hay otro asunto
que la serie no aborda pero que aparece sobrevolando todo el tiempo y que es la
cuestión de cuánto debe ceder un gobierno para obtener la paz en relación a un
conflicto violento. Es decir, cuanto puede exigirle Escobar al los diferentes
gobiernos nacionales para entregarse y llevar algo de cordura a una locura que
aún no ha cesado. ¿Puede exigir el fin de la persecución personal? ¿Puede
exigir el fin de la persecución a su familia? ¿Puede exigir la modificación de la
constitución y la redacción específica de un artículo que prohíba la
extradición de ciudadanos colombianos a los EE.UU? ¿Puede? Sí, claro que puede.
Pero el gobierno nacional, ¿qué decisión debe tomar? ¿Debe hacer caso, debe
cumplir todo lo que Escobar, como cabeza pensante de los
<<extraditables>>, exige? Si lo hace, toma el riesgo de quedar
expuesto a la feroz envestida de los medios de comunicación, <<cínicos y
morbosos>>, que en su idealismo absurdo conciben a los gobiernos y a las
estructuras estatales como reserva moral de la sociedad y como el sitio donde
se concentra el mayor poder. O no cumple con todo lo exigido y asume el riesgo
de otro <<bombazo>> a un avión de Avianca en pleno cielo colombiano
con 107 víctimas abordo; u otros 17 secuestrados durante más de seis meses; u
otro precandidato presidencial
asesinado. ¿Qué hacer? Esa es la pregunta que la serie no plantea con
profundidad, esa es la pregunta que atraviesa a la relación Estado y Sociedad, la
pregunta que la Argentina tuvo que hacerse cuando regresó la democracia y había
que juzgar a los milicos. ¿Hasta dónde ir, quién los juzga, con qué leyes, en
qué país, por cuáles delitos? De esa negación surgen otras respuestas, surgen
imágenes simplificadas, procesos no contados y esa hermosa sensación de cada
día, de lunes a viernes, a las 22 hs, de querer ser todos, un poquito, durante
un rato nada mas, Pablo Emilio Escobar Gaviria, el patrón del mal pero nada tan
simplificado, también un buen padre, un pésimo amante, un berraco, un guerrero,
un multimillonario, cálido, cruel, familiero, gordo, entrador, narco, capaz de
mentirse frente a su propio espejo y creérselo, y en ese truco, dejarnos
perplejos a todos, cada vez y desde hace dos berracos meses.