Por Nacho Fittipaldi
La mañana arranca casi media
hora más tarde que lo que la rutina amerita. Una vez que Piero y Pao bajan del auto
rumbo a la guardería, me dirijo a la pileta para encarar el entrenamiento del lunes.
Después de nadar los 3.200
metros correspondientes, la ducha será una instancia reparadora. Apurado como
estoy con los horarios, aún debo tomarme el micro e ir a BsAs, esa instancia
reparadora pasa a las apuradas y en la soledad del vestuario. Si algo tienen
los vestuarios de hombres, es que la gente anda en pelotas. Yo estoy en pelotas
secándome. De espaldas a mí, escucho dos voces que se acercan y que ingresan al
vestuario. Son dos personas desconocidas para mí, el más grande debe tener unos
66 años y el más jovencito debe tener 22. Supongo que son padre e hijo pero me
equivoco. Entraron mojados, vienen de nadar, se sacan las mallas y están en
pelotas ambos. No hablan. No me miran. Yo ahora estoy sentado secando esa parte
del cuerpo compleja que es el entre los dedos de los pies. El mayor mientras
busca el jabón en su bolso, supongamos que se llama Aldo, le pregunta al más
joven, suponiendo que se llama Diego. ¿Che, cuanto pesaba el Pejerrey que pescó
tu papá? Diego se da vuelta, lo mira
fijo y le dice, pe-pe-pesaba seis, punto, y tres ceros mas. Vos sabes que me
parecía que era enorme pero no tanto, en esta época se pesca cualquier cosa, y
con las lluvias que hubo en Brasil, y la crecida del Paraná, hasta dorado se está
sacando acá. Yo quedo inmóvil. Diego tiene algún problema que no llego a
identificar, habla muy trabado y básicamente el mundo que él comprende es tan
distinto del nuestro. En vez de decir que el pescado pesaba 6 Kg, dijo que
pesaba “seis, punto, y tres ceros mas”. Aldo habla con él como si fuera tan
lógico lo que ha dicho. No, no hay dorado a-a-a-a ahora, dice Diego, el dorado
vie-vie-vie viene más tarde. Aldo se ha sacado la maya y ha girado, está en
pelotas frente a mí. Diego afirma que el dorado llega más tarde a esta parte
del Río de la Plata y deja caer la toalla que hasta recién lo cubría. Aldo se
va a las duchas, lo pierdo de vista y yo quedo a solas con Diego. Ruego por
favor que no me hable, que no me diga nada acerca del pejerrey, que no intente
ponerse en contacto conmigo que tan mal me llevo con estas situaciones. Diego
me mira y me dice, ¿sa-sa-sabes que mi papá, pe-pes-pes-pescó un pejerrey de seis,
punto, y tres ceros más?. La puta que me parió, me cago en Dios y en el Papa
Francisco, me está hablando a mí. Tengo dos opciones, o le respondo o me hago
el boludo. Si me hago el boludo corro el riesgo de que Aldo escuche que Diego
quiere hablar conmigo y yo no le respondo. Si le contesto como si todo estuviera
por sus carriles normales, corro el riesgo de que Diego se ponga a hablar
conmigo, crea que yo soy un tipo macanudo y me mande una solicitud de amistad
por Facebook. Arriesgo y le respondo en un estilo más bien seco. Secote. No
che, no sabía nada. Sí, pes-pes-pes-pescó, pescó un Pejerrey de seis, punto, y tres
ceros mas. Ahora ha agregado algo, cuando dijo “punto” movió el brazo elevando
el antebrazo y el dedo como si estuviera poniendo un punto en una pantalla
touch. Diego se ha acercado y ahora estamos más cerca que la cercanía que mantienen
dos personas que no se conocen. Al hacer el gesto del punto, Diego ha dejado
caer, o se le ha caído, la toalla al piso. Dios mío, terrible poronga tiene
este muchacho, qué batata. ¿Vos pescas?, continúa Dieguito. ¡Me recontra cago
en Bergoglio y su sucesor! Aldo volvé rápido porque este pibe me está
incomodando mucho. No, no pesco, respondo yo con cara de lija al agua. Uyyy qué-qué-qué
mal, agrega Diego en tono burlón, larga una carcajada mientras su termo tanque flamea
al viento, mi papá es un-un-un un gran pescador, pesca en to-to-todos-todos-
lados. En ese momento entra el padre de Chuky -amigo mío de la secundaría- con cara de, el entrenador es un
hijo de puta que me quiere matar en el agua, respira agitado, está mojado. Lo
saludo, él queda sin quererlo entre Dieguito, su salchichón, y yo. Cómo va
Carlitos, lo saludo. Bien, bien, responde él, esta desatento o perdido, como
las trescientas veinte veces anteriores que lo vi. Carlitos mientras gira sobre
sí, le dirige la palabra a Dieguito, pibe no me alcanzas el bolso que esta allá
arriba, por favor. Diego parece no haberlo oído, toma el jabón, el shampoo, y
se va, se va con Aldo a las duchas. Yo apuro las cosas, meto la toalla en el
bolso, me seco a los re-pedos como puedo, abrocho el ante-último botón de mi
camisa y salgo a la calle buscando que el viento me golpeé el pecho.