Por Nacho Fittipaldi
El 5 de junio fue mi cumpleaños. Como es
costumbre, mis compañeros de oficina decidieron hacerme un regalo. La
lógica de ello es que para cada cumpleaños todos ponemos dinero y hacemos un
gran regalo ya que, como somos varios, la sumatoria de dinero es significativa.
Llamó mi atención que mi regalo cabía en un sobre para carta. Al abrirlo
identifiqué de inmediato qué era aquello. Eran dos entradas. En una fracción de
segundo pensé<< Quién viene a Bs.As por estos días? –repasé por mi mente
las fechas que yo sabía que había, o en todo caso lo que me interesaba ver, por
aquellos días- Brad Meldhau, Bruno Arias, Aristimuño ya tocó –pensé-, ¿agregó
otra fecha?>> Mientras tanto abría el sobre y veía que las entradas eran
para Ibrahim Ferrer, el músico cubano. Me alegré, pero honestamente no era algo
pendiente en vida ver a este músico anciano, fino y delgado como una espiga
negra, fina y delgada, con aspecto de habano. Agradecí a cada uno mientras me
comentaban que había una cena incluida con el espectáculo y que todo era en
Notorius y para ir con Pao. Cuando me dijeron eso pensé en Piero, ¿qué hacer
con él, dónde dejarlo, correspondía llevarlo con nosotros? Luego de ir y venir
con ese tema y de hablarlo con Pao decidimos que yo fuera con algún amigo para
evitar inconvenientes.
Hasta ahí, solo podía decir que por las expectativa
que el recital me generaba, el regalo no era un gran regalo.
Al llegar a casa busqué en Google qué era de la vida
de Ibrahim Ferrer y para mi sorpresa, leí que había muerto en 2007. Tomé las
entradas y corroboré que, como la letra chica de los contratos, decía “Ibrahim
Ferrer Jr”. O sea, este tipo era el hijo, en el mejor de los casos. Si yo tenía
pocas expectativas de ver al cubano que conocía, solamente a través de
Buenavista Social Club, se imaginan lo que me generaba la instancia de ver al
hijo. Busqué en mi cabeza las razones por las cuales me habían obsequiado
este regalo tan con pinta de error. Para empezar, no me gusta ni me atrae
particularmente Cuba. Tampoco su música. No me atraía especialmente Ibrahim
Ferrer padre, ni la trova cubana, ni Buena Vista Social Club, ni el mojito, ni
nada. Lo que más me atraía de Cuba era Silvio Rodríguez y Javier Sotomayor,
campeón mundial de salto en alto con una marca de 2,45 metros y medalla de oro en
los juegos olímpicos de Barcelona ´92.
El tema, en todo caso, era que yo tenía estas
invitaciones. Tenía que ir y pasarla bien. Arreglé con Nacho Trucco y allá
fuimos.
Al llegar, lo primero que me llamó la atención fue el
promedio de edad de las señoras y la platea, eminentemente femenina. Estábamos
en Av. Callao al 900, así que todo era estilo copetón y muy cacerolazo. Tenía
para mí que este Junior hacía Latin Jazz, no tenía información ni herramientas
para eso pero medio que me quise convencer, necesitaba algún incentivo para ir
con expectativas. El lugar era muy cool, estilo intimista, mesas más chiquitas
que lo aconsejable, velas en todas las mesas, poca luz y parejas heterosexuales
por doquier. Los únicos putos parecíamos nosotros dos. << ¿Gordo, no
damos muy putos los dos acá? Fijate que son todas parejas>> También
llamaba nuestra atención algunas parejas, muy distantes entre sus edades.
Viejos de 70 pirulos con pibas de mi edad; cincuentones pelilargos/apendejados
con cuarentonas urgidas por ganarle a la inercia del paso del tiempo. Un clima
raro, lindo pero raro, como que nos habíamos equivocado.
La cena se hace esperar pero va llegando, una entrada
poderosa y el negro que se larga a cantar. El negro canta y es como si sonara
un bajo, no es un registro que aprecie especialmente y al rato quedará
evidenciado que es una voz poco versátil. La primera canción fue eso, una
canción cantada. No un bolero, sino un estilo meloso que no me gusta mucho y
que, en todo caso, nada tiene que ver con el Latin Jazz. El grone está
acompañado por un tecladista, otro negro que toca el bongó y las congas y un
argentino que toca el tres. La segunda certeza es que el negro no hace Latin
Jazz. Eso lo confirmamos al quinto tema meloso que el negro canta. Yo lo miro
al Gordo Trucco y le digo <<Che, sí este hubiera nacido en
México sería Luis Miguel, no?>> El Gordo pone cara de estar de acuerdo y
cerramos una página, antes me pregunta <<De dónde sacaste vos qué este
hacia Latin Jazz?>>
A partir de ahí, con la noche musicalmente perdida,
decidimos dar paso a otro tipo de divertimiento, agudizar la percepción sobre
las otras mesas, caras, gestos y relacionar la presencia de esas otras personas
con el conocimiento fehaciente de lo que iban a ver, esos otros sí sabían
qué era lo que iban a ver. Entonces identificamos a una gorda que, usando su
privilegiada primera fila, se mea cada vez que el negro habla. El negro también
ha identificado esto y le habla a ella sistemáticamente. Ella está con el
marido, el marido tiene una cara de boludo que se las patea, cada tanto se
levantan y bailan, el cuerpo de ella es igual de ancho que de altura, no tiene
cuello, parece un pilar de la selección nacional de rugby, de una selección con
los pilares más grandes y voluminosos del mundo, pero este pilar lleva una
camisa roja, tan roja como el lápiz labial que le cubre esa boquita casi
insignificante, usa abanico y ella también canturrea, le dedica las letras de
las canciones al negro. Estamos en presencia del pico más alto de la noche
cuando Ibrahim canta Candela, esa inmortalizada canción cuyo estribillo dice
<<mira, mira, mira, me quemo aé, mira, mira, me quemo aé >>.
Entonces él la mira y le canta:
- La mujer cuando de agacha, se le abre el entendimiento. La mujer cuando de agacha,
se le abre el entendimiento.
Y ella responde fuera de control ya, y absolutamente a
él, ante la sorpresa de todo Notorius que ya ríe con nosotros y del
marido que ha perdido la vergüenza años atrás o nunca la ha concebido:
- El hombre cuando la mira, se le para el pensamiento.
Ahora es todo dialogo cantado entre ellos, se
responden intercalando versos:
- De ti me gusta una cosa, sin que me cueste trabajo.
- De ti me gusta una cosa, sin que me cueste trabajo.
- De la rodilla pa' arriba.
- De la cintura pa' abajo.
Y ambos juntos terminan cantando bajo el aplauso de
todos nosotros:
- Mira que me quemo, que me quemo, me quemo aé, mira, mira, me quemo aé, mira, mira me quemo aé.
A todo esto las parejas del boliche están bailando
entre las mesas, por los pasillos, meneando y siguiendo el ritmo de la música
que es súper pegadiza. Los únicos que no bailamos somos nosotros y un grupo de
extranjeros que están ahí como podrían haber ido a ver “La Noche de las Pistolas
Frías”, con Emilio Disi y Mónica Farro.
<< ¿Bailamos?>> -dice Trucco-,
<<Pensá –respondo yo- que si a nosotros nos causan gracias las actitudes
de los tipos de las otras mesas, ellos deben estar diciendo “Mira los putos
aquello cómo cuchichean”>>
Ya termina la noche, ya fue la entrada, ya el plato
principal, luego el postre, el vino ha colaborado en animar los ánimos, ha
logrado hacer muy graciosas cosas que tal vez este relato no logre recrear. La
noche fue amable, el negro finalmente tiene lo suyo y es un laburante, pese a
que se tiró contra Silvio Rodríguez y que algunos modismos acusan su residencia
en la Argentina, o sea, es menos cubano de lo que creíamos. En todo caso, todo
es cuestión de expectativas.