Violencias, cercos perimetrales y cultura popular

Las nuevas formas sociales y las fisonomías urbanísticas recientes, obligan a pensar en aggiornadas repuestas al fenómeno de la inseguridad, el cerco arquitectónico-social que las representa y simboliza. Un acercamiento al caso Medellín.

Por Ignacio Fittipaldi
Ante las conocidas, escuchadas y reiteradas recetas que intentan paliar la compleja problemática de la inseguridad; frente al reduccionista argumento de que la inseguridad requiere, para ser vencida, más policías en la calle y un Código Penal a tono con las violencias que los delitos han cobrado en los últimos años; ante la urbanística fisonomía que las ciudades han ido asumiendo a lo largo de los últimos veinte años, otras respuestas posibles deben ser analizadas. Algunas están siendo ejercidas desde campos diversos que no siempre son interpretados como válidos a la hora de pensar soluciones estructurales a dicha problemática.
Como un fenómeno que en apariencia burla el proceso de Globalización, cuando en verdad forma parte de su secreto intrínseco, en todas partes del mundo se han ido desarrollando micro centros urbanos que se presentan, en muchas ocasiones, inexpugnables para los distintos niveles del Estado. Al tiempo que las fronteras nacionales parecen, por un lado desvanecerse con la fugacidad de internet; y por otro, parecería ser que algunos países construyen fronteras de cemento para hacer visible lo que la Globalización tiende a invisibilizar: el sujeto social.
Fisonomías Urbanas
En Brasil y Medellín las favelas, El Alto de La Paz, los Ghettos en el suburbio francés y los suburbios del Bronx Neoyorquino, tan estudiados por Loïk Waqcuant en “Estado, Ghetto y Periferia.” En Argentina lo que podría ser Fuerte Apache, la villa 1.11.14, la villa 31, el Bajo Flores, Dock Sud, etc. Algunos de esos barrios estudiados y puestos en evidencia en el reciente libro de Cristian Alarcón “Si me queres, quereme transa” seductor ensamble novelístico con Non fiction y crónica periodística de alta pluma; trascendente investigación que abre un nuevo género en la literatura argentina poniendo en discusión, qué tanto podemos desconocer de nuestro propio territorio cuando el fenómeno del narcotráfico a mediana escala (cruce salvaje de micro emprendimiento económico, fenómeno migratorio mixturado y sustentado en complejas redes de complicidad con el Poder Judicial y fuerzas de seguridad publicas), o cualquier otro fenómeno social de reciente data, azota a la gran urbe, lejos, lejísimos del brazo corto del Estado que nunca llega, excepto en su faz extorsiva o represiva; y la Escuela que siempre está.
En todos estos lugares de Francia, Estados Unidos, Brasil, Colombia y Argentina, estos nuevos Ghettos imponen a la democracia nuevas formas de verse y repensarse, nuevos semblantes urbanos, novedosos y complejos dilemas que cuestionan el seno mismo de la vida democrática: la igualdad y la justicia social. Sin embargo, el fenómeno de los Ghettos argentinos tiene una particularidad; es la lógica del country, pero al revés. Digamos que en vez de encerrarse en un territorio para evitar las inseguridades de la gran ciudad, habría ahora un country privado, un Ghetto, propio de la marginalidad, la ciudad y el sistema los ha depositado ahí. Allí la gran parte de la población no ingresa pero porque salir con vida psíquica de allí sería inverosímil. Esa negación, materializada por esos Ghettos, implica costos sociales y culturales, consecuencias que requieren de reflexiones que analicen las posibles soluciones de nuevos fenómenos que colateralmente fluyen desde ellos. Entre los cuales el de la inseguridad es solo el más renombrado, nunca el más complejo.
En su reciente libro “La ciudad pánico” el ensayista y filósofo francés, Paul Virilio, sostiene que “La ciudad pánico se traduce como la hiperconcentración de las metrópolis modernas. Sabemos, por ejemplo, que en el año 2000 había 3.000 millones de seres urbanos censados, sin hablar de las villas miserias. Ahora bien, según las predicciones, en el 2025 seremos 5.000 millones de personas las que viviremos en las ciudades, o sea la mitad de la población mundial. La ciudad hoy tiene más importancia que el estado. Entonces, la ciudad que fue el lugar no sólo de lo político sino también de la ‘civitas’, es decir de la civilización, ha dejado de serlo. El espíritu, el aire de la ciudad liberan, y eso es lo que se invierte en este momento. La ciudad se vuelve una máquina de guerra; es el foco de la crisis de lo político y de lo bélico, ya que lo militar y lo político están ligados. El pánico se apodera de la ciudad. Pensemos en esas megalópolis de 20 o -muy pronto- 30 millones de habitantes, en el modo de vida de esas aglomeraciones que ya no tienen rostro ni escala humana. La desregulación y la des-realización han penetrado en la ciudad. Y se ha operado una inversión: la ciudad, que alguna vez fue el corazón de nuestra civilización, se ha vuelto el corazón de la des-estructuración de la humanidad”
A nuevos fenómenos nuevas respuestas.
En este sentido la ciudad colombiana de Medellín se ha puesto al frente de una cruzada complejísima que no resuelve el problema de la violencia y el narcotráfico, pero da herramientas para que algo, más allá del aislamiento social y de la mera represión policial, suceda. Ese fenómeno de narco/violencia ha sido tan contundente y devastador que la propuesta de construir un mega Centro de Desarrollo Cultural ha emergido de la comunidad a la Alcaldía y no a la inversa, como suele suceder. Pero Medellín fue más allá y se propuso hacer un centro cultural pensando, no en pobres marginales, no en parias que, más temprano que tarde morirán bajo una ráfaga de metralleta o descerrajados por el tiro de las Glock 40. Se han puesto a pensar en términos de ciudadanía, no en pobres. Construyeron un auditórium, varias salas de grabación musical, salas espejadas para practicar danzas, salas insonorizadas para ensayar canto. Y los conjuntos que de allí brotan, graban sus Cds y los comercializan en la misma favela y la ciudad. Ello hace pensar que la apuesta con los niños y adolescentes es tan fuerte como costosa. Allí se dictan cursos de literatura, canto, baile, cine. Como respuesta a la iniciativa, lejos del imaginario social que indica que el marginal destruye por placer y no por impotencia, la comunidad ha sido ejemplar en su conducta y un modelo que podríamos copiar. Se han apropiado del Centro de Desarrollo Cultural desde un primer momento. Lejos de las fuerzas de seguridad que se tirotean de a miles con los narcos, allí dentro, otra cosa sucede (y suena) mas allá de las balas; sin que ellos mismos puedan saber cómo saldrán a la vida y a un mercado laboral que les ofrecerá mejores opciones económicas en lo ilegal que en el estudio o el trabajo formal.
En Argentina hay experiencias muy positivas al respecto, quizás no de la dimensión de lo de Medellín, cuyo presupuesto municipal en cultura, supera al total nacional de Colombia en igual rubro. La Dirección General de Cultura y Educación de la Pcia. de Bs.As., lleva adelante el programa “La Orquesta Escuela”, en donde los alumnos son miembro y parte de la orquesta, la escuela le da los instrumentos, ensayan en la escuela con profesores de la escuela, realizan conciertos y participaciones con otras “orquesta escuela” y coros provinciales e interprovinciales. El nivel de aceptación del programa en la comunidad es excelente. También ello muestra un camino a imitar para reproducirlo y multiplicarlo. Otro ejemplo interesante es el colectivo Chicos Rodando, un grupo de adolescentes de La Cava que produjeron y filmaron el documental “No somos peligrosos, estamos en peligro” o el documental de los chicos de la Villa 31 llamado “Mate o leche” y todas las actividades desarrolladas por la Escuela de Educación Popular de Arte Plástica de la Villa 31 y tantas otras actividades que se llevan adelante en lugares en donde “lo cultural” no sería tomado como una necesidad de primer orden, sin embrago allí, también habita el acto que dignifica y tracciona subjetividades.
Estos ejemplos conforman una nueva vertiente de la cultura popular que obliga a reflexionar acerca de qué tanto margen de maniobra les dejamos a los niños y adolescentes en un mundo que se ha concentrado en reproducir culturas de aislamiento y segmentación, ofreciendo hacia el futuro sólo lo convencional conocido, ante un nuevo escenario sociocultural, que no guarda relación alguna con nada de lo sucedido en nuestra historia.
Medellín camina, allí están ellos, erguidos pero bailando, de pie, filmando, cantando, leyendo, grabando sus músicas mientras afuera la noche se cierne sobre los miles de muertos que el narcotráfico se cobra año tras año. Son niños y pibes refugiados en actividades artísticas, de esparcimiento. La cultura los contiene, ahora forman parte de una apuesta al futuro, eso es lo novedoso, lo instituyente, lo esperanzador.
En Argentina lo que sucede de malo con los adolescentes, al menos en parte, es la falta de propuestas creativas para ellos, no el incentivo sobre lo que NOSOTROS, los adultos, creemos que ellos tiene que ser, sino una verdadera libertad para que ellos elijan lo que quieren ser o al menos la posibilidad de intentarlo. No están “perdidos” por iniciativa propia, les faltan opciones. En un país donde la segunda causa de muerte son los suicidios, ofrecer este tipo de herramientas en la niñez y la adolescencia, podría ser parte de una respuesta más integral que las oídas y desactualizadas propuestas de cercar y cercenar ciudadanías.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un sistema de seguridad y cerco perimetral permite amplias ventajas en viviendas de gran tamaño, depósitos comerciales, barrios privados, entre otros espacios. Cuenta con amplios beneficios que hacen que sea un sistema diferente e innovador ya que tiene un gran poder para disuadir delincuentes, detectando el intento de ingresar a la propiedad antes de que lo hagan efectivo por lo cual es una gran herramienta.