A diez años de un supuesto fin de siglo

Por Nacho Fittipaldi
A la memoria de Iván Heyn

El historiador británico Eric Hobsbawn sostiene que el Siglo XX ha sido un <<siglo corto>>. Esta idea se apoya en los dos grandes hitos que la historia ha presentado en ese transcurrir de años, según su criterio. Para Hobsbawn el inicio del siglo comienza con la Primera Guerra Mundial (1914) y el fin de siglo estaría materializado en la caída de la URSS (1991). Así, el Siglo XX habría tenido una extensión de 77 años. Retomando esta dinámica de los hechos para contar y/o interpretar la historia, a mí modesto interpretar el Siglo XX en Argentina duró 94 años y son los transcurridos entre el primer gobierno de H. Yrigoyen (1916, primera elección con votación secreta y obligatoria, sólo con participación masculina) y los festejos recientes del Bicentenario (25 de mayo de 2010).
Por estos días se suele oír decir que el 19 y 20 de diciembre de 2001, han sido el cierre real y efectivo de la dictadura militar y también el fin del Siglo XX. Aquí nos referiremos a cuestiones más del orden de lo simbólico que de lo que estrictamente ocurrió política y económicamente. Presentaremos una mirada alternativa a lo que sucedió durante los días que marcaron, entre otras cosas, el fin de la convertibilidad y la continuidad de la dictadura a través de la metodología y el volumen de la represión policial.
Simbología económica del 2001
Evidentemente hay un camino lineal a recorrer en este sentido si uno toma al periodo que va desde 1989 hasta el 2001, como una etapa Neoliberal cuyo punto de partida fue el 24 de marzo de 1976. En ese sentido es dable pensar que la estructura financiera que se resquebraja estrepitosamente hacia 2001 era hija de aquella, versión ahora sofisticada por el menemismo al ejecutarse sin los tanques en las calles, con el voto popular, con control sobre la hiperinflación y con la colusión de quienes otrora fueran los principales adversarios de la dictadura y las políticas liberales de Martínez de Hoz: los sindicalistas. En este sentido, para el menemismo (o gobierno de La Rata, como dice E. Aliverti) haber alcanzado los objetivos que la dictadura se había auto-propuesto sin necesidad de que corriera demasiada sangre por las calles es un logro que sólo mediante un gran cuento de encantación se puede explicar. El cuento de la convertibilidad y su parábola de la convertibilidad que recorre un arco que va del delirio de: un Peso = un Dólar, a un Peso = un Patacón.

Simbología política y social.
Digamos que seguramente en Yrigoyen se encuentre parte importante de la mejor tradición del radicalismo. Digamos que en De la Rúa, la peor traición a esa misma tradición, tal cual lo está dejando ver en estos días en los que deambula mediáticamente con la misma actitud meona que ya le conocimos en desgracia. De la Rúa es al yrigoyenismo, lo que Menem al peronismo.
Digresión: De la Rúa y Macri hacen un oprobioso uso de la irresponsabilidad política con la que se tambalean. Como en aquel capitulo de Los Simpson en el que Bart rompe un decorado escénico de TV y sólo atina a decir, frente a las cámaras que lo han tomado en vivo, <<yo no fui>>. Es lo único que tienen para decir.
Aquí podríamos aprovechar y tomar nota acerca de la naturaleza política del proceso que va desde 2001 al 2010. Si continuamos con la línea argumentativa presentada muy brevemente en el apartado anterior, se podrá ver que las manifestaciones callejeras de 2001, son expresiones de protesta y de demanda frente a un régimen económico agotado y un sistema de político desmadrado. Las movilizaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001, fueron expresiones en las que el pueblo salió a la calle con la intención de poner fin a un sentimiento de opresión, estafa, autoritarismo, irrepresentabilidad de la autoridad gubernamental (dotada de legalidad, pero vaciadas de legitimidad), un ánimo destituyente que no necesariamente implicaba Golpe de Estado Civil, pero sí una salida forzada y forzosa por el empujón de la manifestación popular. La represión posterior, y los treinta y nueve asesinatos parecen demasiado para asociar esas jornadas trágicas de manifestación democrática con una movilización que simbolice el fin de la dictadura.
Aquél impulso popular encontró su logro máximo en la renuncia del Ministro de Economía, Domingo Cavallo y del Presidente De la Rúa, no así en el menos efectivo, <<que se vayan todos>>. La movilización de 2001 no fue una expresión del todo libre, en tanto y en cuanto fue una eyección del pueblo a la calle, no de manera inconsciente pero sí de manera obligada y terminal; a ello hay que agregarle el invalorable aporte de algunos operadores políticos que hicieron lo suyo para que todo vaya, a donde fue a parar.
La salida de esa gran crisis política, económica, social e institucional, es una salida que se barajaba entre los que proferían dolarizar la economía y los que pugnaban por devaluar. Apoyándose en esta segunda opción, es Duhalde quien inicia el lineamiento preliminar, vago aún, para lo que luego de manera contundente Néstor Kirchner impondrá como rasgo distintivo de su gobierno y de estos últimos años en la democracia Argentina:
ü Tipo de cambio competitivo
ü Desendeudamiento externo
ü Presión impositiva
ü Política de ingresos activa
ü Política de DD.HH
ü Reconfiguración de la Corte Suprema de Justicia
Nada de lo que propuso e instrumentó Néstor Kirchner está en contra de lo que la tradición yrigoyenista y peronista podría esgrimir como propia. En ese sentido el respaldo que estos gobiernos vienen recogiendo forman parte de una reincorporación de las clases bajas y medias a los sectores de donde la hiperinflación, el menemismo y la alianza los había quitado. La apoyatura popular de estos gobiernos está, como nunca, íntimamente relacionada a la política pública que el gobierno viene desarrollando y que deberá seguir desarrollando para no perder esa misma base que hoy le vale el 54% del electorado. De este esquema se desprende la simbología cultural, el cambio de paradigma...

Simbología cultural
De todo esto surge la afirmación con la que iniciamos este breve análisis. La dictadura militar no se fue de un día ni de un año para otro; se terminó de ir de este país no sólo durante el gobierno de Alfonsín, no sólo en la sucesión de los actos electorales y en la reafirmación de los principios democráticos, el juicio a las juntas, en la retirada de las Fuerzas Armadas como actor político de fuste, en la participación masiva de ciudadanos ganando las calles ante distintos acontecimientos, no en el primer piquete en Cutral-Co, o en la marcha que organizó Blumberg en Plaza de Mayo, no con las movilizaciones de 2001 y la unión efímera de caceroleros y piqueteros. Cómo vamos a despedir a una dictadura en jornadas en las que se fue a la Plaza de Mayo (y tantas otras plazas del país) y nos volvimos con treinta y cuatro muertos, un presidente fugado y las Madres de Plaza de Mayo nuevamente apaleadas por la Caballería y la Infantería de la Policía Federal.
Los milicos se fueron definitivamente el día que el pueblo regresó a la calle para festejar, no para protestar. Lo significativo y rescatable es que la violencia que caracterizó por presencia física, material y discursiva otras manifestaciones populares en las que también hubo reivindicaciones de valores y principios democráticos, se ausentó en la semana de mayo de 2010. Muy lejos quedó la violencia, reducida a una reminiscencia vaga, a un recurso mediático cotidiano atemorizante que pisó en falso ante la demostración popular de que la dictadura se ha ido y no vuelve. Que el pueblo ha ganado la calle porque sí, para festejar y alegrarse, sin demandas a la vista, sin meta-mensajes inducidos, ni régimen, ni sistema por quebrantar, sólo para decir: esto nos pertenece, nosotros estamos de pie, y hay motivos suficientes para celebrar la esperanza que está de regreso.
En Argentina, el Siglo XX se fue un 25 de mayo de 2010, se fue en una plaza y por calles de alegría, únicamente y ante una posibilidad magnifica: el pueblo era interpretado por sus dirigentes y contenido por un proyecto.